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 Una canción de verano.

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Aina




Cantidad de envíos : 5
Fecha de inscripción : 10/05/2014

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MensajeTema: Una canción de verano.   Una canción de verano. Icon_minitimeVie Mayo 16, 2014 1:32 pm

Claficiación A

Una canción de verano


Nunca me había fijado en ella, o mejor dicho: no quise fijarme, porque sabía que si lo hacía algo se enredaría en mí, y no me dejaría escapar jamás. Y no sé cómo decir que, de odiarla pasé a amarla tan intensamente que incluso dolía en el alma.
Se suponía que yo no había nacido para amar ni para ser amada. Y sin embargo, cuando su mano se puso en mi mejilla algo despertó en lo más hondo de mi ser, y cuando sus labios rozaron los míos supe que ya no sería la misma, nunca más.

Muchos te dirán que no te quise, yo sólo puedo decirte que nunca he dejado de hacerlo, aunque sé que te quise mal, y con ello te dolí. No sé amar bien porque nadie me enseñó. ¿Tú podrías enseñarme?

¿Puedes amar a alguien tan intensamente que incluso duele en el alma? Yo sé que nunca fue mía, y sin embargo yo siempre fui suyo.

¿Cómo olvidar a la única persona que te ha visto en medio de tanta gente, te ha escuchado y a la que le has importado? ¿Cómo pretender no amarlo? Podré odiarlo, pero jamás me resultará indiferente, porque le amo, y por eso le odio a la vez.


Capítulo 1: El final del verano.

Crisán:
La primera vez que la vi lo recordaré siempre, porque me dejó marcada la piel para el resto de mi vida.
Paré la moto a unos metros del lago, y allí estaban todos, hablando y con la música a todo volumen. Max y Alex vinieron a mi encuentro.
— ¿Por qué has tardado tanto?
Preguntó Max mientras me daba un toque en la espalda e intentaba hacerse escuchar entre tanto ruido y gente.
—He tenido que salir por la ventana, mi padre volvió ayer, ya le conoces.
Dije pasándome una mano por el pelo despeinado. De pronto, Carol apareció entre la gente con dos vasos llenos de alcohol, me tendió uno.
—Creí que no lograrías salir de tu casa.
Dijo Carol cerca de mi oreja. En ese momento, Max se subió a una de las rocas y antes de que pudiera decir algo, la música paró de golpe, todos se giraron hacia Max, que llevaba un vaso en la mano, y a gritos dijo:
—Ahora que estamos todos, y que el calor ya se va, debo deciros que ésta es la última fiesta del lago que hacemos este año.
Todos le siguieron el juego, yo hice una mueca cuando Carol soltó:
—Ojalá los veranos fueran eternos.
Max movió una mano hacia una de las cuerdas colgadas en el árbol.
— ¡Por eso debemos darlo todo en esta última fiesta de verano, así que empieza el concurso de saltos en el agua!
Todos levantaron sus vasos y los gritos se oyeron más allá del bosque, la música volvió a subir de volumen y la gente empezó a desnudarse y a tirarse en el agua. Vi a Max saltar con la cuerda al agua con solo sus calzoncillos y el vaso de vodka en la mano. Era el tío más loco que había conocido en la vida. Éramos amigos íntimos desde preescolar, nuestras madres eran amigas desde la infancia y podría decirse que era como mi hermano.
Álex empezó a silbar mientras se quitaba la camiseta y saltó al agua con los demás mientras nos instaba a Carol y a mí a seguirlo. Lucas se tiró de bomba encima de Álex, el cual intentó hundirlo.
— ¿A qué estáis esperando? ¡El agua aún está buena!
Gritó Max dentro del agua. Los faroles que colgaban de los árboles iluminaban un pequeño recorrido hacia el lago, y las mesas puestas con prisas en la hierba me recordaron que quizás aquella sería la última oportunidad de nadar antes de que empezara el invierno. Estábamos a principios de septiembre, y el calor aún apretaba fuerte, Carol se quitó la camiseta y me instó a ir con ella.  
— ¿Vienes?
Dijo tendiéndome una mano. Pero la verdad era que no me apetecía, tenía demasiadas cosas en la cabeza tras la vuelta de mi padre, y todas las ganas que había tenido ese día para la última fiesta del verano habían acabado hacía media hora tras una discusión con él.  
—La verdad es que no me apetece demasiado, creo que me quedaré aquí y beberé algo…
Sin embargo, Carol me cogió de la muñeca y me obligó a subir las rocas hasta llegar a lo alto del pequeño acantilado, me dio una de las cuerdas y cogió otra.
—Al pequeño león no le gusta el agua.
Dijo Carol retándome. Suspiré, ya no había vuelta atrás, Carol era demasiado testaruda, así que resoplando, me quité la camiseta mientras ésta gritaba y conseguía la atención de todo el mundo.
— ¿Quién caerá más lejos? ¡Se aceptan apuestas!
En ese momento, los que estaban dentro del agua gritaron nuestros nombres, y alzando las manos para que nos tirásemos, sonaba la canción de Live your Life, de Mika, cuando bajaron el sonido y todos empezaron la cuenta atrás.
—¡¡Crisán, demuéstrale quién eres!!
— ¡Vamos Carol, dale una paliza!
Las voces de todos se unieron mientras Carol y yo retrocedíamos con la cuerda entre las piernas para tensarla y salir corriendo hacia el acantilado.
—¡¡Tres, dos, uno… cero!!
Arranqué a correr con todas mis fuerzas mientras Carol hacía lo mismo, sin embargo, cuando estaba a punto de pegar el gran salto, ésta me cogió del pantalón frenando mi impulso, se encogió de hombros y saltó mientras yo me quemaba por dentro.
— ¡Tramposa!
Dije desde arriba mientras los demás dejaban salir un “ohh” de decepción. Carol salió a la superficie y Alex proclamó a la ganadora, Max me miró con cara de pedirme dinero por la apuesta que acababa de perder.
— ¡Y la ganadora es Carol!
Ésta chocó la mano con algunas chicas mientras me miraba con inocencia, y encogiéndose gritó:
—Sé que es duro competir contra mí, pero de ahí a temer saltar…
Me hizo morros, y no pude más que dejar escapar una sonrisa.
Sin embargo, en ese mismo momento alguien me empujó por detrás, y perdí el equilibrio cayendo al vacío. El corazón empezó a latir a mil por hora, y pude ver la cara de espanto de todos mis compañeros, todos gritaban mi nombre lleno de horror, mis brazos y piernas se movían de manera desincronizada y poco antes de caer en el agua, la vi por primera vez. Allí, en el aire, cayendo al vacío conmigo, vi sus ojos, y estaban tan llenos de espanto como los míos, pude ver su miedo aferrado a su mirada, su cabello rubio caía hacia atrás. Sin darme cuenta el agua impactó contra mi cuerpo y sentí un corte profundo en mi espalda antes de perder la conciencia.

Clair:
Manu me había insistido durante toda la semana de que fuéramos a la última  fiesta del lago. No me apetecía nada, de hecho, siempre odié las fiestas. Pero aquellas aún más, todas las que tenían que ver con mis compañeros de clase las repudiaba, y prefería evitar el encuentro con todos ellos. Además, tenía cosas más importantes que hacer.
Las clases habían empezado hacía tres semanas, y primero de bachillerato se me hacía demasiado pesado. Nunca saqué buenas notas, y no quería sacarlas, en ese momento de mi vida, el futuro me resultaba un horizonte imposible de conquistar, tan incierto como una noche sin luna, pero en casa nunca tuve ni voz ni voto, y tener una carrera era la meta más importante para mi tío. Volver a ver a todos esos monstruos con hormonas revolucionadas me resultaba doloroso, en palabras decía que era vomitivo, pero en el corazón era doloroso. Había aguantado demasiado tiempo las bromas pesadas de mis compañeros de clase, en el fondo sabía que, pasara lo que pasara, hiciera lo que hiciera, yo siempre sería la huérfana, la chica que da lástima, la hija de una prostituta, una mendiga o una drogadicta, quién sabía… pero de lo que todos estaban seguros en el pueblo, era el hecho de que era la hija de un asesino.
Iba de camino a casa cuando me pregunté qué estaba haciendo con mi vida, y la verdad era que nada. Mi tía siempre me hizo saber que yo nunca formé parte de aquél lugar. Y que por mucho que me quisieran mis tíos, siempre me recordarían lo agradecida que debía estar por haberme sacado de aquél orfanato mugriento. Me pregunté por milésima vez quiénes debían ser mis padres biológicos, si ellos se acordaban de mi… y si alguna vez me quisieron. ¿Podía un asesino querer a su hija, acordarse de ella? Me aferré al collar que llevaba colgado, el único recuerdo de mi pasado, el cual nunca supe a pesar de haber preguntado miles de veces. Lo único que sabía, en boca de mi tía, fue el hecho de que ella me acogió cuando tenía cuatro años, aunque más que saberlo por sus palabras, lo recordaba como si fuera ayer. La historia siempre era la misma, cuando preguntaba a mis tíos si eran verdad los rumores que corrían por el pueblo, el silencio era su mejor respuesta, y yo caía en un pozo sin fondo lleno de incertidumbres que desgarraban mi alma.
Habían pasado demasiadas cosas, y las heridas aún estaban medio abiertas, pero había algo que no había cambiado, y que nunca cambiaría: Yo no era digna de amor, y nunca lo sería. Y eso era una ciencia tan exacta como que el sol sale todas las mañanas. Mis padres me habían abandonado, y mi tía, la hermana de mi padre, se arrepentía cada día de haberme acogido.
Al llegar a casa, Helena, mi hermanastra pequeña, se acercó para recibirme con un ramo de flores que había recogido del campo.
— ¡Helena, son preciosas!
Dije cogiendo el ramo y apartando un rizo de su cara. Ella era perfecta, con trece años y la pubertad asomándose a su cuerpo, mi pequeña se estaba convirtiendo en toda una mujer, sin embargo, sus mejillas rojas y sus grandes ojos aún dejaban rastro de su niñez.
—Las he cogido del jardín del vecino, pero no se lo digas a mamá.
Me reí y asentí mientras le pellizcaba la mejilla.
—Será nuestro secreto.
Entonces mi tía apareció en la sala, llevaba un delantal sucio y una cuchara sopera en la mano. Y su mirada dirigía tanto odio como rabia.
—Finalmente has llegado. No has hecho las camas antes de irte al instituto, ni siquiera has dado de comer a los perros y hay ropa sucia en todas las habitaciones de la casa. ¿Acaso así es como agradeces lo mucho que he hecho por ti durante todos estos años? ¿Crees que puedes vivir en esta casa gratuitamente? No comerás nada hasta que hayas cumplido con tus responsabilidades. Eres una ingrata que nunca…
Siguió hablando mientras asentía y subía las escaleras de la casa. Al llegar a mi habitación, encontré a mi tío mirando por la ventana.
—Hola tío, ya he llegado.
Él se volteó y me miró con tristeza.
— ¿Cuántas veces debo decirte que yo no soy tu tío? Te he dicho miles de veces que me llames padrino.
Sonreí, porque él era el único en todo el mundo que apostaba por mí, el único que me había cantado canciones antes de ir a dormir, el que me había levantado cuando de niña había caído y lloraba desconsoladamente, el que me instó a soñar más alto, el que estuvo en todas mis competiciones de natación, el único que quiso hacerme de padre… Y yo, al verlo, no podía más que sonreírle, y quererlo, y admirarlo con todas mis fuerzas, porque él me había salvado en numerosas ocasiones de un vacío existencial demasiado doloroso. Él siempre fue una luz constante en mi vida, y el motivo por el cual yo estaba viva en esos momentos.
—Padrino.
Dije riendo mientras abría mi armario.
—Oye Clair, he visto desde la ventana a muchos de tus compañeros dirigiéndose al bosque con furgonetas y coches. ¿La última fiesta del verano?
Asentí.
— ¿Y vas a ir?
Negué con la cabeza.
—Tengo muchas cosas que hacer. Debo poner la lavadora, limpiar la cocina y dar de comer a los perros, y luego tengo que estudiar. No me da tiempo, además, no me apetece ir.
Mi tío se sentó en el borde de la cama.
— ¿Por qué no? ¿Acaso Manu no va a ir contigo?
Suspiré.
— Manu es un pesado.
Mi tío se rió y me pidió que me sentara a su lado. Obedecí sin rechistar.
— ¿Recuerdas cuando erais pequeños, y Manu te seguía a todas partes?
— Sí, era un pesado y sigue siéndolo.
—Sí, e incluso escaló centenares de árboles a tu lado. Recuerdo que siempre os encontraba subidos a algún árbol y contemplabais el paisaje. Y si no recuerdo mal, él es el único que ha compartido tu manera de ver el mundo, y nunca se ha rendido cuando se trataba de ti. ¿Acaso has olvidado que él siempre te ha defendido, y te ha aceptado a pesar de todos los rumores que corren en el pueblo?
Mi tío tenía razón. A veces costaba admitirlo, pero Manu era mi único amigo. Él siempre me defendió, nunca creyó los comentarios que corrían por el instituto y por el pueblo entero sobre mi pasado, y fue el único que vino a visitarme cuando estuve ingresada en el hospital. En ese momento me creí la chica más estúpida y desagradecida del mundo.
—Lo sé, pero la tía me matará si se entera…
Mi padrino me guiñó un ojo.
—De eso me encargo yo, tú solo procura acabar las tareas a tiempo y de disfrutar de la fiesta. ¿Acaso crees que permitiría que no fueras a la última fiesta del verano?
En ese momento sentí que el corazón se encogía, y que las lágrimas estaban a punto de caer cuando los brazos de mi tío me rodearon en un abrazo tierno, similar al de un padre, o eso creía, puesto que no  tenía más padre que él. Mi tío me retiró algunos pelos de la cara y me sonrió.
—No debes ser tan exigente contigo misma Clair, lo único que deseo es que seas feliz. Y por mucho que tu tía diga lo contrario, no debes agradecernos ni devolvernos nada, porque tu sola presencia y con que compartas tu vida conmigo me es suficiente. Helena y tú sois las niñas de mis ojos, pero la felicidad la tendréis que encontrar vosotras mismas. Yo sólo puedo acompañaros, sin embargo, nunca lo conseguirás si siempre haces lo que te piden los demás. Clair, no has nacido para complacer a nadie. Eres libre, debes elegir tu propio camino. Y no importa lo que haya ocurrido en tu pasado ni lo que digan los demás, sueña alto, yo estoy contigo y nunca permitiría que no lo hicieras. Y ahora coge un bañador y vete antes de que tu tía te vea.
Asentí y respondí a su abrazo de manera fugaz antes de salir de allí a toda prisa. Y de camino a casa de Manu no pude evitar llorar. Apreté el paso para intentar evitar que mi corazón se rompiera un poco más de lo que ya estaba, había sufrido tanto en tan poco tiempo que no quería seguir haciéndolo, porque sabía que aquello era peligroso. Había estado demasiado tiempo de mi vida llorando, y lo había intentado todo, pero nada había funcionado.
— ¡Clair! ¿Cómo estás? Hacía mucho tiempo que no te veía.
La madre de Manu estaba en el portal de su casa y me miraba con una sonrisa, era una mujer agradable, guapa y nunca había dicho nada malo de mí, la verdad era que la familia García siempre se había portado muy bien conmigo, habían sido amables y jamás habían creído los rumores que corrían en el pueblo.
—Buenas tardes señora García, ¿se encuentra Manu en casa?
— ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Sara?
Suspirando, apareció a un lado Manu, con su cabello rojizo y sus ojos de un marrón cálido. Me sonrió, parecía algo sorprendido.
—Clair, ¿qué haces aquí?
—Creo que se nos olvidó que hoy se celebra la última fiesta del verano.
Manu me miró algo confundido y le sonreí, él suspirando, me devolvió una sonrisa y despidiéndose de su madre rápidamente salió de su casa.
— ¡Tened cuidado chicos, y no volváis tarde!
Dijo la madre de Manu mientras nos alejábamos de allí. Manu se giró y le hizo un gesto lleno de vergüenza para que parara, yo me reí le envidié.
—Pensaba que esas fiestas no te gustaban.
Dijo Manu mirándome de reojo.
—Y no me gustan.
Manu se llevó las manos en la nuca.
—Entonces no hay quien te entienda.
Seguimos en silencio hasta llegar al bosque, sin embargo, aún nos quedaban unos cuantos minutos para llegar al lugar de la fiesta, los gritos se oían desde el poblado.
— ¿Alguna vez te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mí durante todos estos años?
Aquello le cogió desprevenido, y se quedó mirándome.
— ¿Me estás dando las gracias? ¿Qué te pasa? ¿Tienes fiebre? ¿Estás enferma?
Preguntó mientras me ponía una mano en la frente. Le pegué un codazo y él, de manera cariñosa, pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él mientras seguíamos andando.
—No te vayas tan lejos anda, que esto no ocurre todos los días, tengo que aprovecharlo.
Le lancé una mirada de odio, me arrepentí al instante de haberle dicho aquello, sin embargo, en ese momento me di cuenta de lo mucho que Manu había cambiado. Ya no éramos unos críos, y él ya no era ese niño con mocos en la nariz que lloraba cada vez que lo empujaba y le decía que no se acercara más a mí. Ahora las cosas habían cambiado, era alto para su edad, y su espalda se había ensanchado, sus piernas se habían convertido en matas rojizas de pelo y sus brazos habían cogido una musculatura incipiente debido a todos los años de natación que había hecho a mi lado. Se estaba convirtiendo en un hombre, y yo, por primera vez, con su brazo por encima de mis hombros me sentí cohibida, recordé un pasado horrible y doloroso. Y de manera instintiva aparté su brazo de mis hombros. Por suerte Manu ya me conocía, y sabía que era arisca, que no me gustaba que me tocasen, sólo suspiró y se llevó las manos en los bolsillos, intentando disimular que aquello nunca había ocurrido. Y al mirarlo de reojo, vi un atisbo inmenso de tristeza en sus ojos, y me contagió. Sin embargo, a pesar de lo que sus ojos me decían sólo me ofreció una de sus preciosas sonrisas para hacérmelo más fácil, para no tener que decirle nada, y aquello era una prueba más de que no era merecedora de amor, porque las pocas personas que me querían las hería profundamente, y me pregunté por qué era así, porqué había tanta distancia entre ambos a pesar de estar tan cerca.
Sin embargo no pude pensar más, puesto que en ese momento, sentí que algo impactaba en mi brazo golpeándomelo con fuerza. Sentí que el dolor se expandía rápidamente y me llevé la mano en el golpe, gritando por el dolor. Una piedra del tamaño de un puño giraba en el suelo, y sentí la sangre en mi brazo. Al mirar a lo lejos vi al grupo de Diego, que se estaban partiendo de la risa.
— ¡Clair! ¿Estás bien?
Preguntó Manu mirando a la misma dirección que yo.
— ¿Qué pasa putita, no quieres trabajar hoy? ¿O es que estás buscando un sitio donde ahorcarte? Si quieres nosotros te ahorramos el mal momento.
Gritó Diego mientras se acercaban. Manu cogió la piedra que habían tirado y la apretó con todas sus fuerzas.
—Hijo de puta…
Dijo Manu mientras se ponía delante de mí.
Eran cinco, y nos rodearon mientras diego se ponía las manos en los bolsillos. En ese momento sentí un escalofrío por todo mi cuerpo. Odiaba a todos los hombres, pero Diego era el hombre que más odiaba en el mundo, sin embargo, mi miedo hacia él era superior al odio que le tenía.
—No me lo puedo creer. ¿La parejita yendo a la fiesta? ¿Qué pasa Clair? ¿No tienes suficiente con Manu y quieres follarte a todos los de la fiesta? ¿O es que tus tíos no te dan suficiente dinero y lo único que puedes hacer es vender tu cuerpo?
Manu quiso abalanzarse sobre él, pero le cogí la muñeca con fuerza.
—No vale la pena, Manu.
Diego se acercó a Manu.
—Mírate, nadie diría que tan sólo hace un par de años eras un mocoso repelente, y ahora estás entre los más guapos del instituto. Tienes a docenas de chicas que suspiran por ti, ¿qué te ha hecho esta ramera para que sigas detrás de ella como un perro abandonado?
—Clair es mi amiga, y  si no quitas esas palabras de tu boca sobre Clair te juro que voy a matarte.
Diego se sacó las manos de sus bolsillos y todos rieron.
—Por dios Manu, eres un idiota. ¿Cómo puedes ir con esa ramera? Si te juntaras con nosotros tu vida sería más llevadera, en el instituto todas te admirarían y te invitarían a todas sus fiestas, el pueblo dejaría hablar de ti. ¿No te das cuenta de que tú y tu familia también está asediada de rumores porque te relacionas con ella? ¿Cómo te puede gustar alguien cómo ella? Oh vamos, puedo entender que de niño te atrapara con sus palabras manipuladoras, es hija de una ramera, y eso se lleva en las venas, pero ya eres mayor para saber lo que te conviene.
—Exacto, sé lo que me conviene y puedo decirte que tú no me convienes, ni siquiera tu grupo. No tengo nada que discutir contigo Diego, y me da igual lo que la gente diga de nosotros.
Diego masticaba algo en la boca cuando se sacó de su cartera un recorte pequeño de un diario. Sabía lo que era, siempre el mismo truco para hacerme más daño, y para alejar al único amigo que tenía. Desplegó el papelito y empezó a leer.
—Clair Leblanc, estudiante de secundaria en el instituto Sant Carlo y ciudadana del pueblo Montepino, fue ingresada en el hospital de la comarca tras una sobredosis de somníferos. La adolescente, de quince años, se encuentra estable en el hospital y se dice que su intento de suicidio se debió a la presión que ha sufrido por su pasado turbulento. La joven es la hija del famoso asesino Arthur Leblanc, quien asesinó a su esposa en el año 2000. Actualmente, está cumpliendo una condena de 30 años de cárcel.
Diego puso ante Manu la hoja del diario desgastado, donde salía una foto del hospital. Era del diario de la comarca, y aunque siempre fui la hija de un asesino, aquél diario manchó aún más mi imagen en el pueblo, haciendo que todavía me repudiasen más.
— ¿Eso no te da pruebas de quién es Clair? Ten cuidado, lleva la sangre de un asesino en sus venas, y si no te viola por la noche, puede que te rebane el cuello.
Dijo Diego mirándome con una sonrisa retorcida en sus labios. Y fue entonces cuando no pude retener a Manu y éste se lanzó a Diego, sin embargo, Raúl, uno de sus amigos le golpeó la cabeza con un enorme palo y éste cayó al suelo mientras se retorcía de dolor, aún desorientado por lo que acababa de pasar.
— ¡Manu!
Grité mientras corría a su lado, pero Diego me propinó tal patada en la boca que acabé en el suelo con el labio partido. Manu intentó levantarse, pero no le dejaron. Lloré de impotencia, ¿por qué Manu tenía que sufrir tanto por mi culpa? Dos chicos me levantaron y asesiné a Diego con la mirada. Pero éste parecía ganarme en odio. Diego había sido amigo de Manu desde pequeños, pero él nunca me aceptó, y al hacer decidir a Manu entre él o yo, Manu decidió por mí, dejándole de hablar cuando descubrió lo mucho que me había hecho sufrir. Desde aquel día, Diego llevó consigo no sólo la certeza de todos los rumores que caían sobre mí, sino la envidia y los celos de que alguien como Manu pudiera elegir a alguien tan miserable como yo. Desde entonces, Diego siempre había estado al acecho, haciendo que todos sufriéramos por culpa de sus celos. Y ante mi impotencia, ¿cómo decirle a la única persona que me apreciaba que se olvidara de mí? Simplemente no podía hacerlo… era demasiado doloroso. Y ya lo había intentado demasiadas veces. El corazón me dolía, y tuve la misma sensación de llevar una lapa en mi pecho, tan fuerte, tan pesada y fría… que podía con toda mi existencia, con todas las pocas ganas que me quedaban por vivir, y si era así, fue gracias a mi tío y a Manu, que me devolvieron la fuerza suficiente para seguir adelante. ¿Cómo podía seguir adelante sin ellos? Sin embargo, allí me di cuenta por milésima vez de que no tenía derecho a tenerlos a mi lado, ellos sufrían demasiado, Manu sufría más que yo, y yo sólo quería verle feliz. ¿Cómo decirle a la única persona que me había salvado de querer morir que se fuera de mi lado? ¿Cómo convencerlo de que sin mí dejaría de sufrir? Estaba tan cansada… Y en ese instante me arrepentí de haber querido, aunque fuera por un segundo, ir a la fiesta con Manu, lo había decidido así por Manu, pero lo único que había logrado era que volvieran a pegarle. Y aquello me recordó a cuando los dos éramos unos niños, y él con ese pelo zanahoria me buscaba por todas partes y todos se reían de él por su aspecto. Por aquél entonces ambos nos defendíamos mutuamente, yo de que no se metieran con su pelo y él de que no me juzgaran por mi pasado. Pero ahora, el único que se encargaba de hacer tal cosa era él, porque su aspecto había cambiado tanto que nadie podía decirle que era feo. Y su pelo había pasado de ser su centro de burlas a ser su centro de miradas furtivas llenas de cuchicheos entre las chicas.
Levanté la mirada sin importarme que me vieran llorar una vez más, los ojos me escocían y el corazón me dolía más que el golpe y la herida que tenía en el brazo ni la sangre que palpitaba en mi labio partido.
—Déjalo Diego… te juro que voy a desaparecer de su vida.
Diego me miró, y sólo yo sabía su secreto, el rencor tan grande que me tenía, el odio tan profundo que guardaba en su corazón.
— Quiero que te vayas de todas nuestras vidas. Sacadla de mi vista.
Dijo Diego a sus compañeros. Éstos me cogieron muy fuerte de los brazos y me obligaron a ir con ellos lejos de allí, los gritos de la gente en la fiesta cada vez se oían más cerca, y en un momento de desesperación, propiné tal codazo en la cara de uno de ellos que me soltó el brazo, aproveché el momento de confusión para soltarme del otro y salir corriendo de allí, sin embargo, había tres chicos que me perseguían, y empecé a correr con todas mis fuerzas entre la maleza del bosque. La música se oía a lo lejos, y me pareció tan surrealista escuchar la canción de “Live your life” en ese momento que tuve la sensación de estar en una película de miedo.
Apenas miraba por donde pisaba y las ramas rozaban mi piel haciéndome pequeñas heridas que no notaba por el miedo que tenía. Me paré un segundo a respirar debido a que el corazón me iba a mil por hora, no podía respirar. Sin embargo, al girarme vi a los tres chicos señalándome y corriendo hacia mí. Volví a correr, y las piernas que usaban todas sus fuerzas, me dolían por forzarlas tanto. Al mirar atrás caí en un charco de barro y sentí un crujido en la pierna, grité de dolor, pero los chicos saltaron al charco para cogerme, les tiré las piedras que encontré a mano para alejarlos. No funcionó y salí del charco llena de barro. Vi una colina tortuosa enfrente de mí y no pensé en nada más que huir de allí, así que la subí viendo cómo esos tres se acercaban más a mí, y justo en ese momento, cuando miraba hacia atrás y corría a la vez, choqué con alguien, luego caí al vacío durante una eternidad.
Lo último que recuerdo fueron sus ojos, yo conocía muy bien aquellos ojos, eran los de Crisán Éliamber, hijo del político más admirado de la comarca, y su mirada no me dijo absolutamente nada, más que aquello tendría consecuencias que yo no albergaba ni siquiera a imaginar. Luego todo se volvió oscuridad. El verano había terminado hacía mucho tiempo.
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Aina




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MensajeTema: Re: Una canción de verano.   Una canción de verano. Icon_minitimeSáb Mayo 17, 2014 3:26 am

Capítulo 2: “Nunca te vayas de mi lado.”

Crisán:
La vida sin mi padre siempre era mucho más fácil. ¿Puede un hijo odiar tanto a su padre que le desee la muerte? Cuando esos pensamientos llegaban a mi cabeza me odiaba a mí mismo. En realidad no podía quejarme, a penas lo veía al principio del otoño, y después de navidades viajaba hasta la capital para ocupar su cargo, así que sólo lo veía unos cuantos meses al año. Era el Ministro de Cultura y Educación, pero nunca quise saber de sus fechorías. Para mí siempre fue un cobarde y un hipócrita, su partido estaba en contra del aborto, y él mismo predicaba lecciones anti-aborto cuando, años antes de que yo naciera, acordó con mi madre abortar por llevar en las entrañas un embrión en mal formación y con riesgos para la salud de mi madre. ¿Cómo podía estar en contra de eso? ¿Cómo podía llevar adelante un proyecto que dejaba a los jóvenes universitarios sin becas para terminar sus estudios? ¿Cómo podía siquiera, después de hacer tal masacre, decir que aquellos jóvenes sin estudios eran escoria de la sociedad?

Nunca estuve de acuerdo con la manera de ver el mundo de mi padre, y siempre pensé que su cargo era demasiado peligroso para el resto de la población. Él me convirtió en lo que era: un rebelde que sólo pretendía alejarse de la imagen de mi padre, alguien que temía acabar convertido en su imagen y semejanza. Y él lo sabía.
Me dolía todo el cuerpo cuando mirándome en el espejo de mi habitación, observé que tenía una venda en la espalda, y al deshacerla lentamente, descubrí un corte profundo debajo del omoplato. Resoplé. En aquél momento Max entró por la puerta y sin decir nada se tumbó en mi cama.

—Nunca me canso de saltar en tu cama, ¿cómo cansarse de dormir en un colchón de agua? Tío, te envidio.

—Entonces te cambio mi familia por la tuya.

Max negó con la cabeza mientras se acomodaba en mi cama.

—Ni loco, prefiero mil veces más dormir toda una vida en un suelo duro y húmedo antes que tener a un padre como el tuyo.

Le devolví una sonrisa torcida mientras me volvía a poner la camiseta.

—Muy gracioso. ¿Qué estás haciendo aquí?

— ¿Es que ahora te extrañas de que tu mejor amigo venga a ver cómo estás? Eres tan agradecido… después de que Carol y yo te trajéramos a casa y te coláramos a tu habitación sin que tus padres se enteraran…

—Ya, mejor amigo, ¿eh? ¿Qué pasa, te has metido en algún lío o qué?

Max puso cara de ofendido.

— ¿Porqué nunca me crees? ¡Por dios! ¡Eso te va a dejar cicatriz!

Dijo Max señalándome el corte de la espalda que veía a través del espejo.

—Lo sé. Esa maldita niña me las pagará.

Max se encogió de hombros.

—No creo que tenga la culpa. Diego y su grupo la estaban persiguiendo cuando se chocó contigo.

—Eso no es excusa, ¿quién se ha creído que es? Cuánto menos sepa de ella mejor, no quiero tener nada que ver con ella.
Max me miró con recelo.

— ¿Qué? ¿Acaso no has oído todos los rumores que corren en el pueblo? Esa chica es chusma de primera categoría.
Max suspiró.

—Oye Crisan, odias a tu padre por tener prejuicios de todo el mundo, tú eres el primero que no te gusta que te juzguen por ser simplemente el hijo del Ministro de Cultura, siempre te quejas de que quieres que la gente te conozca más allá de esta faceta, pero ahora mismo estás haciendo lo mismo que él.

Max tenía razón, suspiré y me senté a su lado.

—Lo sé, quizás tengas razón, pero la verdad es que no quiero tener nada que ver con esa chica. Independientemente de si es verdad o no su pasado, cualquiera que se relacione con ella acaba siendo ridiculizado y el centro de los rumores de todo el instituto y Montepino. Y es lo último que quiero.

Max se llevó las manos detrás de la cabeza y cruzó las piernas.

— ¿Por qué? ¿Por qué dañaría tu imagen, o porque temes a tu padre?

—Ambas razones.

Max me tiró un libro y lo paré al vuelo.

—Eres un egocéntrico.

Dijo mientras se reía y le devolvía la jugada golpeándole la cara con un cojín.

—Lo soy, ¿y ahora podemos dejar de hablar de esa chiquilla?

Max se apartó de un saltó y me atacó por la espalda con otro cojín, y justo cuando estaba a punto de tirarle dos cojines en la cara, la puerta se abrió de golpe y la señora María entró contemplando la escena. Aún nos reíamos cuando me di cuenta de que la habitación estaba llena de plumas.

—María, ¿qué pasa?

—Señor Crisander, la cena está servida. Su padre le espera.

Aquello me hizo tener un escalofrío, odiaba las cenas con mi padre, porque todas iban acompañadas de amargas discusiones. Así que paré de golpe, y justo cuando iba a preguntarle a Max que se quedara, éste ya estaba en el marco de la ventana a punto de saltar.

—Maldito, ¿acaso no quieres disfrutar de una cena en mi casa?

Max me devolvió la misma sonrisa.

—Paso, basta con que sólo tú aguantes a tu padre, no quiero ser testigo de cuánto os amáis. Disfruta de tu cena. Nos vemos mañana en el instituto.

Tiré el cojín hacia la ventana justo cuando Max saltó. Me resigné a bajar las escaleras de mármol y dirigirme al pequeño salón, sin embargo, llegar me costó unos minutos, puesto que la casa era inmensa, algo que para mí carecía de sentido, aunque para ciertas cosas, su tamaño tenía algunas ventajas.

—Padre…

Dije mientras entraba al pequeño salón y veía a mis padres sentados en la gran mesa de roble. Éste asintió y esperó a que me sentara a su lado, sin embargo, me senté al lado de mi madre. Mi padre me siguió con la mirada.

— ¿Qué tenemos hoy para cenar? ¿Sopa de calamares? ¿Puré de carne?

—Me alegro de que por fin podamos cenar los tres juntos de nuevo.

Dijo mi madre intentando romper el silencio que se había colado en el salón.

Cogí el vaso y pegué un trago antes de decir:

—Lástima que no comparta tu alegría, madre.

Mi padre hizo oídos sordos a mi comentario. Y cuando empezamos a comer, mi padre me miró fijamente.

— ¿Cómo te fue la tarde de ayer?

Preguntó mi padre mientras cortaba su filete y se llevaba un trozo a la boca.

—Bien.

— ¿Qué hiciste?

Lo miré con cara de pocos amigos.

— ¿Debo recordarte que me castigaste sin ir a la fiesta y me obligaste a quedarme encerrado en mi habitación y estudiar? ¿Qué crees que estuve haciendo?

Mi madre puso una mano encima de la mía, diciéndome sin decir nada que midiera mis palabras, sin embargo, mi padre dejo caer encima de la mesa mi camiseta mojada que llevé a la fiesta.

— ¿Y esto qué es?

—Caí en la piscina.

Mi padre perdía la paciencia.

—Y por eso huele a alcohol y a tabaco. ¿Verdad?

Me quedé mudo, mi padre golpeó la mesa y mi madre pegó un salto.
—Roger, no grites, por favor.

Pero mi padre ya estaba en lo más alto de la ira.

— ¡Mocoso desgraciado…! ¿Crees que puedes torearnos así, a tu madre y a mí? ¡Nunca serás nada en la vida si no estudias! ¿No te da vergüenza estar repitiendo segundo de bachillerato? ¡Eres la vergüenza del pueblo! ¡Mi único hijo repitiendo curso y siendo el macarra del pueblo, emborrachándose y malgastando su vida con fiestas que no tienen sentido! ¿Es que no has aprendido nada de lo que te hemos enseñado?

Mi padre se había levantado de la silla, y su cara estaba roja y las venas de su cuello hinchadas de tanto gritar.

— ¿Qué enseñanzas? ¿Qué los ricos son los dueños del mundo y los pobres nunca serán nada? ¿Qué no debemos darle privilegio a los pobres porque no san más que eso, pobres? Porque eso es lo que estoy aprendiendo con tus proyectos y las leyes que impone tu partido a la sociedad. ¿O te refieres a que las mujeres no deben abortar a pesar de no tener ni un centavo para cuidar de sus hijos? ¿O que no deben abortar a pesar de tener una malformación su hijo y no tener a nadie ni nada para pagar las operaciones? ¿Es eso lo que me has enseñado? ¿Girar la cara y hacer como que no pasa nada cuando mamá abortó? A, no, espera, no es nada de eso, debo recordar cada minuto de mi vida que yo no soy tu hijo, porque mamá no pudo volver a quedarse embarazada después de aquello y no os quedó más remedio que adoptarme. No, espera, tampoco es eso, quizás te refieras a que todos estos años me habéis ocultado que no era vuestro hijo biológico y que cuando lo hicisteis, no aceptasteis que fuera un trauma para mí, ¿y encima me culpáis de que los estudios sea lo último que me importe en estos momentos? No, no eso, quizás sea que…

Pero no pude continuar, porque mi padre ya me había pegado tal bofetón que me tiró al suelo. Y mientras intentaba levantarme, mi madre salió de su silla y gritó el nombre de mi padre, rogando que parara y agachándose a mi lado y secándose las lágrimas.

— ¡Roger, basta!

Al voltearme, mi padre se aguantó las ganas de pegarme otro bofetón, y señalándome con el dedo dijo:

— Nunca has agradecido todo lo que tu madre y yo te hemos dado, no sabes lo que me arrepiento de haberte adoptado, maldito desgraciado. No tienes ni idea de cómo funciona el mundo, y si no te hubiéramos adoptado, ahora serías un mendigo o toxicómano que se muere en la calle.

Me quité la sangre de la boca y le sonreí con ironía.

—Hubiera preferido eso a tenerte como padre.

— ¡Crisán!

Gritó mi madre, pero la mano de mi padre ya había vuelto a caer en la otra mejilla, más fuerte que la anterior.
—Quizás en un pasado te consideré mi hijo, sin embargo tú nunca te has portado como tal.

— ¿Ahora debo dar las gracias por saber que en realidad no eres mi padre?

Dije mientras me quitaba la sangre de mis labios.

—No importa lo que digas, te juro por mi vida que vas a acabar los estudio y luego entrarás en la carrera de ciencias políticas, te guste o no, tardes cuatro años como si tardas veinte. Tú sabrás cómo aprovechas tu vida, y si no te apetece estudiar no lo hagas, pero hasta que no consigas sacarte la carrera, te quedarás estancado para el resto de tu vida, porque me encargaré de que no te cojan en ningún trabajo, en ninguna empresa. Serás un hombre sin identidad ni trabajo, y dependerás de mí el resto de mis días, si es que no mueres antes. Y si por algún milagro muero yo antes, ¿cuántos años van a quedarte de tu libertad? ¿Cinco, seis, siete, diez? ¿Y qué harás sin dinero, sin herencia, sin trabajo, sin nada?

Dicho eso, se giró y salió del comedor, saliendo por la puerta grande y arrasando todos mis sueños como siempre hacía cada año cuando volvía a casa.

Lo inusual sería amarlo.

Carol:
El pasillo del instituto estaba a reventar, la gente me miraba y cuchicheaba entre ella, los chicos me miraban y me saludaban, y las chicas me lanzaban miradas venenosas, si las miradas mataran, haría mucho tiempo que hubiera muerto.

Sin embargo, no me era difícil poner mi cara de indiferencia, yo destacaba, era algo indiscutible, y por ello era la envidia de muchas chicas. Al parar en mi taquilla, Nico, un jugador del equipo de futbol se acercó y cerró mi taquilla para que le prestara atención, no había nada que me hiciera más rabia que aquello. Suspiré y lo miré a los ojos, era compañero de equipo de Crisan, y siempre lo aborrecí.

—Carol, cuánto tiempo sin verte, ¿Qué tal las vacaciones?

Le ofrecí una sonrisa amarga y aparté su brazo de mi taquilla.

—Yo juraría que el tiempo que he estado sin verte ha sido demasiado corto.
Nico obvió mi comentario.

—Oye, hoy hay entreno, ¿vas a venir?

Cogí los libros que necesitaba antes de cerrar la taquilla y suspirar.

— ¿Y a ti que te importa? En el caso de que así fuera no sería para verte a ti.

Nico pareció encogerse cuando, antes de que pudiera alejarme me soltó:

—Lo decía porque luego vamos a ir a la cabaña. ¿Te apetece venir?

En ese momento, antes de que pudiera poner los ojos en blanco y pensar en cómo decirle por enésima vez que ni muerta saldría con él, un brazo pasó por mis hombros, y al girar la cabeza vi a Max, y a su lado Crisán.

— ¿Qué estáis haciendo todos aquí?

Max miró a Nico y burlándose de él dijo:

— ¿Estás pidiendo salir a Carol por milésima vez?

Aparté el brazo de Max con impaciencia, y vi cómo Nico se ponía rojo otra vez, y cómo, ante mi frustración, Crisán se compadecía de él.

—Sólo le preguntaba si le apetecía venir a la cabaña después del entreno.

—Vamos, Nico, Carol siempre te ha….

Sin embargo, Crisán interrumpió de Max.

— Seguro que viene, Carol es de nuestro grupo. ¿Verdad?

Dijo mientras me guiñaba el ojo. Y aquello paró mi mundo. Llevaba su cabello negro hacia atrás, y me fijé en su barba incipiente, conocía cada parte de su cara, de sus manos… y esa mirada arrebatadora que me congelaba por dentro. Sin embargo, su presencia me dolía, porque me recordaba constantemente que estaba demasiado lejos y cerca a la vez. Asentí y desvié su mirada, mientras éste se acercaba y me pasaba una mano por mi cabello. Y es que, lo hubiera dado todo por poder acariciar su mano, sentí que el corazón iba a explotar. Era un manipulador nato, y aunque quisiera negarlo, la verdad era que estaba totalmente a su merced, y por supuesto, aquello me arañaba el alma.

En clase, Crisán se sentaba a mi lado, y yo no podía más que mirarlo y memorizar cada uno de sus gestos, cada una de sus sonrisas, sus palabras… el amor era una mierda.

Él me miró, y al verme observándolo hizo una mueca.

— ¿Estás bien? Pareces cansada, ¿te duele algo?

¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser tan dolorosamente egoísta? ¿Por qué no podía darse cuenta de lo mucho que lo amaba? ¿Por qué tenía que mirarme con esos ojos, como si yo le importara algo? Aquello me estrujaba el corazón, y quería llorar, y quería tirarme a sus brazos, y decirle que nunca se fuera de mi lado.

Pero yo era Carol, la chica guapa, la que todos los chicos desean, la que todas las chicas envidian, y a la que nadie le importa. Era la que fumaba y bebía, la alocada, la que hacía la nota, y es que en el fondo me contentaba si alguien me mirara. Hacía demasiados años que mi reputación era la de “chica fácil”, algunos me consideraban guapa, sin embargo, casi todos me consideraban una puta. Pero nadie más que Crisán sabía que en el fondo, lo único que quería era que me vieran. Las fiestas y alcohol empezaron demasiado pronto, y descubrí demasiado tarde que en lo más hondo sólo quería que mis padres hicieran de padres. Pero estaba sola, cuando cumplí los quince años mis padres, ambos pilotos de aviación, decidieron que ya era mayor para cuidar de mí misma, y se acabaron las canguros y las cenas de navidad los tres juntos. Desde entonces sólo veía a mis padres alguna semana al año, pues los momentos que tenían libre se lo gastaban en pareja, yéndose a hoteles caros y a disfrutar de su mutua compañía, ¿por qué me tuvieron si no querían ser padres? Nunca lo entendí. Y a cambio de su amor, disponía de una tarjeta de crédito infinita. Me convertí en una tirana, me volví egoísta y cruel. Los mejores masajes faciales, la mejor ropa, los mejores zapatos, fiestas sin final en mi casa, pero había un vacío que no sabía llenar. Nadie me quería, nadie se interesaba por mí, así que, ¿para qué seguir estudiando?

Recuerdo el día en que conocí a Crisán, es decir, ya lo conocía, pero aquél día lo vi de verdad.

Tenía quince años y él era uno de los guapos de la clase, era descarado, a veces manipulador y cruel con los demás, sin embargo tenía un espíritu insaciable de aventuras, era directo y no tenía pelos en la lengua. Por otra parte, era y sigue siendo uno de los mejores jugadores de fútbol del instituto, y por ello era el capitán del equipo. Las chicas no paraban de hablar de él, y éste parecía enamorado de su vida y de sí mismo. En el pueblo se decía que su padre era un político hipócrita, que vivía en una mansión inmensa.

No sé con quién estaba aquella noche, porque había tomado algo que me había sentado fatal. Recuerdo estar sentada en un sofá mugriento y envuelto de humo cuando alguien me tocó el pecho. Y al mirar hacia un lado, vi a uno de mis compañeros de clase mientras otros se reían. Le aparté la mano.

— ¿Qué se supone que estás haciendo?

—Todos saben lo que eres. Siempre vas con esas mini faldas y ese pintalabios, ¿acaso quieres dinero? Porque tengo mucho. Venga, déjame tocarte.

El tío cogió mi muñeca y me tapó la boca con sus labios, mientras que con la otra mano tocó uno de mis pechos. No creo recordar algo más sucio que aquello. Me sentí tan vacía, tan sucia que quise gritar, pegarle, insultarle, cortarle la mano y la lengua. Le pegué un bofetón y me deshice de sus manos.

—Venga, no te hagas la dura. Si sólo eres una calienta pollas.

En ese momento, alguien tiró de mi brazo y me obligó a ponerme en pie. Era Crisán, y me pregunté qué estaba haciendo. Aún tenía cogida mi muñeca cuando me apartó el cabello de los hombros y posó una mano en mi mejilla. Me dejó totalmente confundida.

—Por fin te encuentro, ¿dónde has estado? ¿Estás bien?

Me examinó hasta girarse hacia el chico.

—Oye, estaba conmigo, si quieres pasar un rato con ella espera tu turno, que le he pagado.

En ese momento, la sangre me hervía tanto que quise abofetearlo de nuevo, sin embargo, Crisán puso sus manos en mis hombros.

—Menudo escoria eres si para tener sexo tan joven tienes que pagar a alguien. ¿Tan malo eres?

El chico se levantó del sofá y amenazó a Crisán, sin embargo, sus amigos estaban de su parte y lo separaron de inmediato.
—Tranquilo chico.

Dijo Max parando al chico.

— ¿Sabes? Debe ser muy frustrante humillar así a una chica para conseguir lo que quieres. Resulta patético. Si vuelves a tocarla un pelo, te juro que te arrepentirás toda tu vida.

—Pero si sólo busca sexo, ¿no la has visto bien? Mira cómo va vestida, es una provocadora nata.
—Hay cosas que no se compran con dinero.

Y dicho eso y empujando mi espalda, me instó a alejarnos de allí, sin embargo, el chico, de improvisto se abalanzó a Crisán y se metieron en una pelea donde ambos acabaron magullados. Recuerdo el labio partido en la cara de Crisán, sin embargo, el chico salió peor parado.

Sus amigos le ayudaron a levantarse y antes de irse, Crisán se acercó a mí y con el aliento entre cortado dijo:

—No te abandones tan fácilmente, eres preciosa.

Y dicho eso, salió de mi vida igual que como entrado, de manera radical y abrupta. Pero sus palabras dejaron huella en mí, ese día supe que le importaba a alguien. Y desde entonces no he podido dejar de amarlo ni por un segundo.

Manu:
La vi sentada delante de mí, su olor era fresco, y su cabello al viento me recordaba a una salvaje. ¿Cuándo empecé a quererla? Ni siquiera me acuerdo.

Ella era preciosa, pero aún no se había dado cuenta. Su larga y ondulada cabellera color miel me quitaban el sueño. Y su mirada profunda parecía que te agujereaba el alma. Nadie la conocía tan bien como yo. Todos pensaban que era una salvaje sin educación, una pobre chica a la que la sociedad repudiaba, a la que nadie le había dado una oportunidad. Y es que Clair, detrás de esa apariencia de acero, detrás de esa mirada se encontraba una niña asustada, llena de miedo, tristeza y heridas que nunca sanaban.

Recuerdo cuando la vi por primera vez, sentada en las escaleras de entrada de su casa, callada, tímida, y el sol bañando su cabello meloso. Al verla sentí que algo se rompía por dentro, y quise que viniera conmigo al fin del mundo, aunque sólo pude convencerla de que jugara conmigo a la pelota. Todos pensaban que era arisca e independiente como un gato, pero yo la conocía, y sabía que sólo deseaba que la acariciaran, que le quisieran, que alguien la amara con todas sus fuerzas. Era rebelde y demasiado curiosa, siempre subiéndose a los tejados y los árboles, y yo siguiéndola allí donde fuera. Con el tiempo me cogió confianza, y conocí su parte dulce, su primera sonrisa, sus ojos saltones cuando estaba alegre, su parte juguetona.

Recuerdo el día en que, mirando un atardecer en el tejado de mi casa, acurrucada y envuelta en sus propios brazos, me dijo:

— ¿Cómo puede el corazón, soportar tanta tristeza?

Iba descalza, y su cabello al viento me cautivó por completo, yo había sido su único confidente, su compañero de fatigas, su pirata, su príncipe y su sirviente. Jugábamos a pillarnos, a los piratas, a guerreros y princesas, donde ella siempre quería ser el guerrero, juntos descubrimos el mundo y pasamos una larga infancia. Recuerdo que en aquél momento quise abrazarla, y lo intenté, pero ella me apartó de un empujón, como siempre hacía, me sacaba la lengua y se iba, como un animal salvaje que teme ser descubierto, herido y matado.

Y allí estaba ella, delante de mí, y aunque estuviera tan cerca y hubiéramos compartido toda una vida juntos, nunca logré estar cerca de ella. ¿Puede alguien amar tanto a alguien?

En ese instante, Clair se volteó y me miró, y en sus ojos vi ese atisbo de tristeza, ese mar infinito que nos separaba, ese al que nunca dejó que atravesara para cogerle la mano, ¿podíamos estar más lejos? Sentí el corazón en un puño, que se ahogaba, que quería gritar, pero con ella las palabras no bastaban, ni los gestos tampoco. Y aún sabiendo que no era mía, no podía evitar amarla con todas mis fuerzas, dejándome sin ellas, y siendo lo que ella quisiera que fuera. Y en ese instante sentí que los ojos me picaban, y un nudo en la garganta impidió que le hablara, quería que supiera que yo siempre estaría allí, que siempre la protegería, y que nunca permitiría que nadie le hiciera daño. ¿Pero cómo demostrárselo si el que fue mi mejor amigo antaño, la odiaba tanto como para maltratarla, abusar de ella hasta el extremo? Y es que, en eso del amor era egoísta, porque no me importaba las veces que alguien la machacara, ni lo mucho que le perjudicara que nos vieran juntos, yo era de ella, y eso nadie lo cambiaría jamás.

En ese momento, me devolvió una sonrisa, y los rayos del sol que se filtraban por la ventana se posaron en sus ojos. Me pasó un papel. En él ponía: “¿Estás bien?”, yo solamente respondí: “Por supuesto, sólo recordaba todos los atardeceres que hemos visto juntos”.

Ella me miró un segundo más, me sonrió, escribió algo en el papel y me lo devolvió antes de girarse hacia delante.
En el papel ponía: “Y los que aún nos quedan por ver. Por favor, nunca te vayas de mi lado”.
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Aina




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MensajeTema: Re: Una canción de verano.   Una canción de verano. Icon_minitimeMar Mayo 20, 2014 7:22 am

Capítulo 3: “Mi caballero”.

Clair:

Estaba histérica. Manu me había convencido de ir a La Cabaña después de clase, sobre las seis de la tarde, y pensando que aún era pronto para encontrar a alguien del instituto acepté a regañadientes, le debía una a Manu, o más bien mil, y sobre todo cuando mientras me lo pedía podía ver su labio partido. ¿Por qué nunca se rendía? Sin embargo, al llegar ahí estaban todos; Carol, Max, Álex, Nico, Lucas… todos los chicos del equipo de fútbol, y el idiota de Crisán, con quien me choqué en la fiesta del lago. Mi cara estaba blanca como una hoja de papel al entrar en el bar y ver a todas esas caras mirándonos con recelo. Maté a Manu con la mirada.

—Te voy a matar. Con que no habría nadie, ¿eh?

Manu se encogió de hombros y se puso las manos en los bolsillos.

— De verdad que pensé que no habría nadie, además, estos no son Diego y su grupo, así que tranquilízate, por una vez considera el hecho de que no todos quieren matarte.

Suspiré de pura frustración y me senté con los brazos cruzados en una de las últimas mesas, lo más alejado posible de aquellos idiotas, porque sabía que, en el peor de los casos vendrían a por mí culpándome de la caída de ese niño mimado al agua.

—Eres el tío más testarudo que he conocido en mi vida.

Dije poniendo cara de pocos amigos. Manu se rió.

—Yo sé de una chica que me supera.

Y dicho eso, se largó para pedir dos bebidas sin que pudiera rechistar a su invitación. Al voltearme, pude darme cuenta de que Álex, Max, Nico, Lucas y Crisán estaban afinando y probando guitarras, micros, pianos y baterías. Entonces descubrí su secreto: ¡tocaban en un grupo! Me descubrí a mí misma sorprendida, y me pregunté qué estaba haciendo mirándoles, sobre todo cuando Carol se giró hacia mí y me dirigió la peor de sus miradas. En el fondo, aunque temiera a Carol, ella también tenía que sufrir los innumerables rumores que corrían por el instituto sobre su fama con los chicos. Y es que en verdad, era una chica guapísima; tenía el cabello largo, liso, negro y brillante, y sus ojos grandes y azules parecían devorar el mundo. Tenía un cuerpo de escándalo, y siempre con ropa ajustada y los labios pintados, unos labios carnosos que todos los chicos deseaban. ¿Quién podía resistirse a ella? Pero en el fondo me daba pena, porque yo sabía mejor que nadie que la envidia y los celos son la madre de todos los rumores, aunque nunca sabría si eran ciertos o no, la verdad era que no me importaban en lo absoluto.

—Aquí tienes tu zumo.

Dijo Max sentándose enfrente de mí.

— ¿Tú sabías que estos tocaban en un grupo?

— Sí, pero no sabía que ensayaban aquí, aunque ahora que lo pienso, es algo obvio.

“La cabaña” era el único bar y pub a la vez de todo Montepino con un escenario, era una garito donde los artistas sin nombre podían tocar a cambio de propinas, el dueño del local no pedía nada a cambio, más que su música fuera buena, aunque en el fondo, tanto el músico como el dueño acababan ganando: el músico se hacía ver, el dueño ganaba clientes.
Aunque ese día ya había empezado a refrescar, en ese local hacía un calor de mala muerte. Y fue cuando vi que Crisán se quitaba la camiseta, llevaba una herida horrible en la espalda, y en seguida supe porqué, y me sentí fatal. A los dos minutos me odié por sentirme mal.

Max probó su guitarra junto con Crisán, mientras que Lucas probaba el piano eléctrico y Álex la batería, cuando lo probaron todo, Crisán se acercó al micro, contó hasta tres, miró a sus compañeros y Álex empezó la cuenta atrás con la baqueta, de pronto, un estallido en uno de los tambores de la batería sonó, y las guitarras empezaron a soltar notas suaves y tranquilas, algo que por supuesto no esperaba. El piano las acompañó después con una agilidad impresionante.

De pronto, sentí que la piel se ponía de gallina, y mis ojos se clavaron en el escenario, en las manos de Crisán tocando la guitarra, y de pronto, su voz acompañó la música hasta hacerse dueña del local, estirando mis ojos hacia los suyos, e impidiendo que no pudiera mirar a nadie más, haciéndose dueño de mis sentidos, mi corazón empezó a saltar, y por un momento, tuve la sensación de que ya había escuchado aquella canción hacía mucho, en algún lugar del tiempo.

Quédate tranquila, coge mi mano, cierra tus ojos y respira.

Duérmete pensando en todo lo que hemos vivido, en lo que nos unió en un pasado.

Recuerda las flores que vimos mientras jugamos a perseguirnos.

Recuerda la hierba dorada y los amaneceres que vimos.

Duérmete pensando que el verano es infinito.

Nunca había oído cantar a alguien de esa manera, y de pronto, los ojos de Crisán se clavaron en los míos, tan fijamente que me dolieron, su voz parecía escrutar las entrañas de mi alma, y en ese instante el mundo se paró. Mentiría si dijera que su voz y su mirada no me dijeron nada. Se clavaron en un lugar desconocido para mí, los ojos me escocieron e hice mil esfuerzos para no llorar, sin embargo, algo dentro de mí se abrió paso, rompiendo en pedazos partes de mí, dejándome desorientada, desconcertada, totalmente perdida.

No tengas miedo, olvida el pasado, yo siempre cogeré tu mano.

No te olvides del regalo, ni de las estrellas que viste a mi lado.

Cantaré hasta que logres el olvido de tanto espanto.

Melisa, duérmete tranquila, porque yo estoy a tu lado.

Eres tan pequeña que vas a olvidarme, pero no temas,

Yo siempre voy a recordarte.

Sin importar los años que pasen, sin temer perderte en el olvido.

Porque sé que algún día volveré a encontrarte.

Sin importar los años, los días que pasen, porque más que un recuerdo,

Tú eres mi milagro.

—“Tú eres un milagro”.

Dije a la vez en voz baja. Y fue entonces, en la última parte de aquella canción, que vi en la mirada de aquél chico una tristeza infinita, un dolor insoportable, y un deseo desesperado de parar de sufrir. El mundo volvió dolorosamente a girar, y sin embargo, mis ojos no podían despegarse de los suyos, se quedaron unos instantes flotando en mí. Me sentí tan pequeña, tan poca cosa, que incluso todo lo que alguna vez sufrí me pareció poco comparado con aquella mirada llena de dolor. Y me compadecí, y lo odié todavía más.

En el local sólo estábamos Manu, yo, y todos los compañeros del equipo de fútbol de Crisán, además de Carol y algunos de sus compañeros de clase. Todos aplaudieron, todos lo vitorearon, y yo sentí que mi mundo volvía a caer en pedazos.
Los ojos de ése niño mimado se apartaron de los míos, y sentí que con ellos se llevaba una parte de mí que no conocía. Aquello me dejó desorientada, estaba nerviosa, y ni siquiera sabía por qué. Así que me levanté con prisas y cogí mis cosas dispuesta a salir de allí. Manu me imitó sin saber muy bien por qué me iba de esa manera.

Sin embargo, para salir de ahí teníamos que pasar por delante del escenario, en medio de su grupo. Y fue entonces cuando, sin darme cuenta, mi mochila tiró al suelo una botella de coca-cola, esparciendo todo su contenido en el trayecto hacia el suelo encima de Crisán. Que se quedó mojado de cintura para abajo. En ese instante me helé, y todo quedó petrificado, puna vez más volvía a ser el centro de todas las miradas. Era una maldita idiota torpe.

—Pero que…

—Lo-lo siento.

Dije rápidamente antes de girarme y alejarme de allí. Sin embargo, alguien tocó mi hombro, y al voltearme, Carol estaba en frente de mí, con un vaso de limonada en la mano, el cual volteó en mi cabeza mojándome toda.
—No te preocupes, no es nada.

Dijo Carol mientras sacudía el vaso para que la última gota cayera.

Todos se rieron. Y yo no supe dónde estaba la gracia.

En ese momento, sus palabras se llenaron de ironía.

—Oh, no. Lo siento tanto, Clair, no debí hacerte esto, ahora puede que vengas a mi casa y me rajes de arriba abajo, como tu padre hizo con tu madre.

Si giró hacia los chicos, que contemplaban la escena y dijo:

—Chicos, si mañana no aparezco por el instituto puede que sea porque esté muerta.
Nico se rió.

—Procura cerrar las puertas con llave.

Me removió el pelo y mirando a Crisán dijo:

—Está más guapa así, ¿verdad?

En ese momento, Manu se acercó y le apartó sus manos de mi cabeza.

—No te pases.

Carol lo miró desafiante.

—Oh, pero si es el perrito de Clair, ¿has visto que mono? ¿Cómo se siente amar a una ramera e hija de un asesino, y que encima te rechace todos los días? ¿Es que no te cansas? ¿O es que es muy buena en la cama?

Manu nunca había pegado a una chica, era de los que creían que era jugar con ventaja, pero en ese momento supe que Manu le hubiera abofeteado hasta el anochecer. Sin embargo, Crisán se acercó.

—Ya basta Carol, déjalos en paz.

—Es lo mínimo que deberían recibir, ¿debo decirte que esta puta te marcó la espalda?

—Retira lo que acabas de decir.

Dijo Manu amenazando a Carol. Ésta, a pesar de que Manu le sacase una cabeza entera, se rió.

—Qué, ¿acaso no es verdad? ¿La chupa bien? Mira como lo digo: pu-ta, puta, puta. Lo es, y lo será siempre.

Sin embargo, en ese momento Crisán le gritó:

— ¡He dicho que ya basta!

Todos miraron extrañados a Crisán, y un silencio se hizo en la sala. Carol no podía sentirse más humillada. Hasta que Max habló.

— ¿Pero qué te pasa tío? ¿Por qué te pones tan borde con Carol, cuando ha sido esa ramera la que te ha tirado la coca-cola?

Crisán suspiró, y apartando a un lado a Carol se acercó a mí, pero Manu se interpuso. Crisán suspiró.

—Oye, será mejor que os vayáis de aquí ahora mismo. Sé que ha sido un mal entendido, pero ya es la segunda ve que te chocas conmigo. Ten cuidado la próxima vez.

Dicho eso, se volteó para unirse con su grupo y éstos volvían a sus puestos para seguir practicando.

Tiré de la camisa de Manu para que nos fuéramos, sin embargo, éste se deshizo con suma facilidad. ¿Cuándo había adquirido tanta fuerza?

— ¿Es una amenaza?

En ese momento, nadie le hizo caso, así que tiré de sus hombros y lo arrastré a fuera, aunque con dificultad.

—Malditos engreídos mimados, ¡se creen el centro del universo! Te juro que como vuelvan a decir algo más me los cargo a todos. Estoy por ponerles algo en sus bebidas la próxima vez. Quién ríe último ríe mejor.

Caminábamos de camino a casa y me intentaba desenredar el cabello cuando dije:

—No les hagas caso. Se aburren demasiado.

—Entonces que se compren una vida.

Me hizo reír, no sólo por sus comentarios, sino por su expresión infantil cuando se enfadaba, tenía la cara roja y la mandíbula apretada, e iba pegando patadas a todas las ramas caídas que encontraba por el camino.

—Nunca vas a cambiar, ¿verdad?

Dije mientras seguía riéndome. Manu paró de refunfuñar y desvió la mirada, su rubor se veía a lo lejos. Sin embargo, a pesar de que giró la cabeza para que no viera lo rojo que estaba, sus palabras nunca fueron tan serias.

—No cuando se trata de ti. Nunca me iré de tu lado, le guste a la gente o no, te guste a ti o no.

Ese era el Manu que yo conocía, y aquello, sin saber porqué, me llenó el pecho de una calidez que pocas veces en mi vida sentía.

—Eres un pesado nato. ¿Qué voy a hacer toda mi vida contigo a mi lado?

Manu lanzó una piedra a lo lejos y un par de pájaros salieron volando entre los pinos.

—Aguantarme. Y mejor sin rechistar. Porque cuanto antes lo aceptes mejor será para los dos.

—Además de pesado, eres un creído. Y si tú comprendieras que aquí, el único que hace lo que se le dice eres tú, también sería mejor para los dos.

Manu me miró con indignación, y vi en sus ojos sus intenciones, así que me paré en seco y retrocedí.

— ¡Ni se te ocurra!

Manu se puso serio de golpe.

— ¿Cómo has dicho?

Hizo un paso hacia mí, luego dos, y finalmente salí disparada en dirección contraria con Manu detrás de mí.

— ¡Eso aún está por ver!

Corría con todas mis fuerzas, sin embargo, Manu era más alto, más fuerte y más rápido. Y antes de que pudiera dar un paso más, ya me había agarrado por la cintura mientras yo gritaba y luchaba por salir de entre sus brazos.

— ¡No para, para Manu!

Pero no escuchó mis súplicas, nunca lo hacía, me cogió como un saco y me puso en su hombro, pataleé y grité con todas mis fuerzas, pero no pude evitar parar lo que venía a continuación.

— ¿Quién hace qué?

— ¡Te prometo que haré lo que quieras, pero no lo hagas!

Manu seguía caminando decidido, entre los pinos y el camino de tierra cuando se desvió de éste y ya empezamos a oír el ruido del río. Me desesperé todavía más, y me removí entre sus brazos, pero era fuerte como una roca, difícil de escapar.

— ¿Qué has dicho?

— ¡Que haré lo que quieras!

Sin embargo, Manu se rió y antes de que se tirara al río conmigo, dijo:

—No hay nada que pueda superar lo bien que me siento cuando dices esto, así que no puedes evitarlo.

El agua estaba congelada, y sin embargo, fue tan refrescante con ese calor que lo agradecí a pesar de que mi corazón se parara un segundo al impactar con el frío del río. Al salir a la superficie, sumergí la cabeza de Manu en el agua como cuando éramos niños, aunque a esas alturas, la diferencia estaba en que él lo permitía. De pronto sentí una mano en mi tobillo y caí otra vez entera en el agua, oía las risas de Manu y enfadada, quise tumbarlo también, pero me fue imposible. Cuando pude salir a respirar de nuevo, dije con el aliento entrecortado:

— ¡No es justo!

—No tengo la culpa de ser más fuerte que tú.

Dijo encogiéndose de hombros. En ese momento, salí nadando río abajo mientras gritaba.

— ¡Quién gane la carrera hará lo que el otro quiera!

Le llevaba una gran ventaja y, a pesar de los años de natación, Manu me cogió pronto y llegó a la otra orilla antes. Refunfuñé mientras salíamos del agua y nos dejábamos caer en la hierba verde bajo los pinos. Ambos respirábamos con dificultad y aún así nos reíamos cuando me di cuenta de que no hubiera cambiado nunca nada por estar en ese mismo momento allí con él, bajo los pinos y con el sol filtrándose entre ellos, y oír las cigalas y los pájaros cantar. Aquello era lo más cercano a lo que podía considerar felicidad.

—Eres tan testaruda que, a pesar de que te gane miles de veces, volverás a retarme una y otra vez.

Dijo aún respirando con dificultad. No dije nada, de niños yo siempre le ganaba, pero al crecer él me superó en todo. Y así debía ser, lo único que no sabía era que si le retaba, no era más que para verlo reír y poder volver a ver en su mirada ese atisbo de alegría, de espontaneidad y frescura que me aportaba. Él era mi mejor amigo. Me di la vuelta y puse la barriga en la hierba, se había quitado la camiseta, me quedé mirándolo mientras él, con la cara hacia el cielo, los ojos cerrados y sus brazos extendidos sobre la hierba, respiraba profundamente. En ese momento, su cabello era negro por culpa del agua, sin embargo, su color de cabello natural era de un rojo granate como el de una ciruela. Atrás había quedado aquél naranja chillón con el que los compañeros se habían metido. Ahora era el centro de las miradas de las chicas, y más por llevarlo semi largo y escalado, tapándole las orejas pero sin llegar a que le tapara el cuello. Siempre le decía que lo llevaba como los caballeros medievales. Y a pesar de ser tan guapo, ¿por qué jamás pude amarlo como él lo hacía conmigo? No hizo falta buscar muy lejos. Siempre negué amarlo por miedo a que le hiciera más daño, y por culpa de un pasado que me atormentaba día y noche. Sabía que, aunque me diera la oportunidad de amarlo, jamás podría darle la felicidad, y porque, por encima de todo, yo jamás supe amar. El tiempo pasó, y aunque cambiara de físico, aunque subiera a mil árboles conmigo, aunque me prometiera el infinito, para mí, Manu siempre sería Manu, la persona más importante de mi vida, la que más quería, y por tanto, a la que menos debía herir. Y los años fueron pasando, y de tanto estrujar a mi corazón, de tantas veces que vi a Manu romperse el lomo por mí, y más por haber vivido una infancia juntos, yo no podía ver a Manu de otra manera que la que lo veía: mi amigo y mi hermano. El único que nunca fue a más, el único que siempre me respetó, en la intimidad, en las distancias, porque él me había hecho entender, que para él yo era algo mucho más importante que una cara bonita, más importante que el deseo de una noche, más importante que un sueño, me hizo saber que yo siempre sería la persona más metida en su corazón. No me hacía falta nada más.

Sin embargo, en ese momento me descubrí tocándole el cabello mojado, su piel blanca y su pecho hundido al respirar me dejaron hipnotizada, fue en aquel momento en que me di cuenta de lo guapo que era realmente, y en todas las oportunidades de chicas con las que podría salir si no estuviera tan atado a mí. Y quise llorar por haberlo maldecido de aquella manera, porque estaba segura que sin mí, Manu habría sido mucho más feliz. Y digo maldición porque, estando conmigo nunca conocería el amor de verdad. Nadie le besaría, nadie nunca le diría que le ama, y fue entonces cuando me planteé por un segundo abandonarlo definitivamente, hacerle el daño suficiente para que no quisiera volver a verme nunca más y que fuera libre por siempre.

En ese instante, su mano derecha fue directa a mi muñeca, con la que mi mano tocaba su cabello, y sus ojos se abrieron lentamente, mirándome con los ojos entreabiertos por culpa del sol que reposaba en su cara.

No dijo nada, y me oí decir:

—Mi caballero.

No supe porqué, pero su mano pasó de mi muñeca a mis mejillas, y retiraron el rastro de lágrimas que caían.

— ¿Por qué lloras?

“Por que me haces feliz, y debo decirte adiós”.

Pero no dije nada, y Manu se incorporó, se acercó y me atrajo hacia él, su piel estaba seca, y no esperó la respuesta. Sólo me besó en la frente y miró el cielo despejado. Sin embargo, sus palabras me dejaron destrozada, porque arrastraron una realidad que no quería reconocer, no con él, nunca.

— ¿Alguna vez dejarás que cruce la línea?

— ¿De qué hablas?

Me miró a los ojos, y me di cuenta de los cerca que estábamos el uno del otro. Nuestros labios, apenas unos centímetros los separaban.

—Cuando lloras nunca te encuentro.

Me deshice de su brazo repentinamente y recogí mis cosas.

—Mi tía va a matarme. Así que reza para que no me vea mojada.

Manu suspiró, y poniéndose de nuevo la camiseta dijo:

— Cuélate por el balcón de tu casa.
—Vas a tener que ayudarme, aunque salte, no logro cogerme de la rama.

Ambos ya regresábamos cuando dijo:

—Si no fueras tan bajita…
Le empujé a un lado del camino y cayó. Se puso en pie y me reí de él mientras volvíamos corriendo.

Al llegar, Me subí en la espalda de Manu y cogí la rama del árbol que estaba pegado en el balcón de mi habitación, sin embargo, carecía de la fuerza necesaria para empujarme hasta llegar al balcón, por lo que de pronto, sentí que Manu me empujaba del culo y aterricé en el balcón hecha un desastre y roja como un tomate.

— ¡Me las vas a pagar, me has tocado el trasero!

Manu, desde abajo, se rió por lo bajo y se llevó las manos en el pantalón mientras se encogía de hombros.

—No pidas tanto a tu caballero, princesa. Pesas demasiado para escalar tú misma hasta el balcón.

Lo miré con sorpresa.

— ¿Perdona? Serás…

Le lancé una piedra que había en el balcón, y éste lo esquivó con facilidad.

—Adiós princesa, y no comas tanto, anda…

Lo vi alejarse de mi casa, y aunque le dije adiós, mi corazón empezó a prepararse para despedirse para siempre. ¿Cuántas veces lo había intentado y no sirvió de nada?

Entré en la habitación aferrándome a sus recuerdos, agradeciendo lo que tanto había hecho por mí, y con la certeza de que nunca lograría devolverle todo lo que me había dado, pero era hora de dejarle partir, porque cuanto más tiempo estuviera a mi lado, más difícil sería, más duro, más cruel. Y yo lo sabía; aunque me diera tanto y tanto, jamás podría amarlo ni la mitad de lo que él me quería a mí.
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Aina




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MensajeTema: Re: Una canción de verano.   Una canción de verano. Icon_minitimeMiér Mayo 21, 2014 5:47 am

Capítulo 4: El dibujo.

Melchor:

Vi a Manu alejarse de casa con la ropa mojada, y supe que habían ido al río, como cuando Clair y él eran niños. Manu me vio y me saludó con la mano, a lo que le respondí de igual manera. Su forma de ser me recordaba a mí cuando apenas era un crío, no por su aspecto nórdico, sino por su tenacidad al querer estar siempre cerca de Clair.
Montepino era un pueblo pequeño y todos nos conocíamos demasiado bien, y ante mi asombro, muchas historias se repetían con suma facilidad.

Debo admitir que siempre tuve debilidad por ese crío, pues al verlo perseguir a mi pequeña a pesar de que ésta lo empujara, le gritara, e incluso llorara, él, como su madre, era testarudo hasta morir y seguía en su empeño. Por aquél entonces intuí que aquello sería bueno para Clair, y no me equivoqué, no cuando veía a mi pequeña reírse de aquella manera a pesar de llevar una vida tan dura. Y eso me recordó a Cora.

Cora era tímida, fría, callada. No tenía amigos y por ello nunca jugaba con nadie. Siempre la encontraba sentada en las escaleras del colegio escarbando la tierra o contando los aviones que pasaban. Todos hablaban de ella, era la rara, y se decían tantas cosas de su familia que nunca acababan. Cora tenía un hermano llamado Arthur, y se habían mudado al pueblo hacía menos de tres meses cuando vi a Cora por primera vez. Debía tener unos diez años, llevaba el pelo corto y lleno de rizos de oro, despeinados y tapándole la cara, siempre llevaba las manos sucias de barro, e incluso a menudo también la cara. Sus ropas eran grises y viejas, más similares a trapos de cocina que ropa, y su mirada, de un marrón intenso, eran impenetrables, duros y fríos como al tierra que siempre escarbaba. En el colegio le llamaban la escarbadora, Mr. Agujeros, perra busca huesos, tenía más motes que dedos en su mano. Siempre se sentaba en el mismo lugar escondiéndose de la gente, y con los labios muy apretados escarbaba sin final. Los profesores la amonestaron un par de veces por hacer agujeros tan profundos que incluso algún niño, padre y profesor se había hecho daño cayendo en ellos.
Pero yo siempre recordaré el día en que me miró, apenas tenía catorce años y era un pre-adolescente en potencia, recuerdo esa imagen de una niña pidiendo ayuda desesperadamente, queriendo huir de un mundo del que no formaba parte, me compadecí de ella, y sin embargo, caí de bruces al suelo por no fijarme por donde pasaba. Mis amigos se rieron, y al volver a mirar en su dirección, la vi asomar en su rostro una sonrisa tímida e inocente. Aquello jamás se me borró de la mente, y al tener debilidad por los más débiles, no pude más que saber más de ella, querer conocerla, y de ahí pasó a gustarme hasta caer en un amor que siempre fue imposible, tanto de obtenerlo como de olvidarlo.

Se decía que la familia de Cora venía de Francia, y que su padre, un hombre de negocios sospechosos había huido de su tierra por culpa de los proveedores. Tiempo más tarde Cora me contaría que sus padres eran toxicómanos y que las deudas que tenían eran impagables. Nunca podré olvidar la impotencia que sentía cuando, pasando por su casa oía los gritos de su padre y los gritos de Cora.

Recuerdo el día en que, yendo en bici hasta su casa, salió de ésta con el labio partido y un ojo morado, estaba tan atónito que paré en seco, ella también lo hizo y nos quedamos mirando por un segundo, creí que se iría corriendo, como siempre lo hacía cuando veía a alguien, y sin embargo, en ese momento su hermano mayor salió gritándole que se fuera de allí. Cora se acercó a mí corriendo y me miró con el ojo morado y el labio hinchado, su ropa sucia y lágrimas en los ojos, estaba hecha un desastre, y no esperó mi respuesta, se subió a la bici detrás de mí y antes de que arrancara, el padre de Cora salió de la casa llevándose a su hijo por delante, y golpeándolo en la cabeza para apartarlo del camino, pegué un salto en el asiento de la bici al ver aquella macabra escena, y Cora empezó a gritar. No pude más que pedalear con todas mis fuerzas para salir de allí mientras su padre nos perseguía con la cabeza roja, el cuello hinchado y una botella en la mano que acabó lanzándonos a una gran distancia. Sé que si no hubiera sido porque el camino hacía bajada, ese hombre nos hubiera cogido y quizás no lo hubiera contado.

Después de aquello la llevé al río y le curé las heridas como supe, desde entonces jamás me separé de ella, y aunque acabó convirtiéndose en mi esposa, sé que nunca me quiso.

En aquel instante oí unos pasos precipitados subir la escalera y entrar en mi habitación, abrazándome por detrás. Era Helena, estaba asustada y agitada, y su aliento entrecortado no le dejaba hablar. Me volteé y la miré con extrañeza.

—Cielo, ¿qué te pasa?

—Es-es… es Cla-ir, es…

Le retiré el cabello de la cara.

—Tranquila cielo, respira hondo, vas a quedarte sin aire. ¿Qué le pasa a Clair?

Helena se tranquilizó forzosamente hasta que gritó:

— ¡Mamá!

— ¿Qué pasa con mamá?

En ese momento, escuchamos un fuerte ruido proviniendo de fuera, como si cayeran miles de platos a la vez, un grito, golpes. Mi corazón se disparó.

— ¡Clair!

Grité mientras salía corriendo escaleras abajo y Helena me seguía el paso. Al llegar al patio trasero, vi a Clair en el suelo, llena de barro y con una herida en la mejilla. Cora, fuera de sí, le tenía el cabello cogido con fuerza y la arrastraba hacia la caseta de los perros. La lluvia lo estaba mojando todo, pero no me importó.

— ¡Maldita embustera desgraciada! ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí?! ¡Te vas a enterar!

— ¡Cora, PARA!

Corrí y empujé a Cora hacia un lado, ésta cayó al suelo y me arrodillé al lado de Clair, que lloraba asustada y respiraba con dificultad.

—Clair, cariño…

Su cara era la expresión más realista del miedo, y por un instante sentí un escalofrío en toda la espalda, al reconocer en ella la misma cara de miedo que ponía Cora cuando apenas era una niña y venía corriendo a mi bicicleta cuando su padre le pegaba. Clair se abalanzó a mis brazos y rompió a llorar como si le fuera la vida, la rodeé con mis brazos y le acaricié el pelo.

—Tranquila cielo… ya estoy aquí.

Helena se precipitó a su espalda y la abrazó llorando con ella. En ese instante, miró a su madre con un odio incalculable y con toda la rabia que pudo caberle, dijo:

— ¡Te odio!

Cora nos miró a los tres, y sus ojos parecían vacíos cuando se dio la vuelta y se alejó de nosotros. Respiré aliviado, pero en el corazón el dolor todavía era más grande. Y justo cuando pensé que todo había pasado, entre la lluvia vi aparecer una sartén enorme que iba directo a la cabeza de Clair, aparté a las niñas y paré el brazo de Cora justo a tiempo, me levanté y forcejeé con ella hasta que le obligué a tirarla, al final cayó de rodillas y se echó a llorar.

Los llantos de las niñas desgarraban el sonido de la lluvia, y a pesar de apenas ver lo que pasaba, grité:

—Niñas, entrad dentro y secaros.

Las chicas no se movieron, estaban paralizadas por lo que acababa de pasar, aunque no fuera la primera vez.

—Pero papá…

— ¡AHORA!
Dije mirándola a las dos. Éstas se levantaron con dificultad y entraron en la casa. Al voltearme, vi una sombra de lo que en algún tiempo fue Cora, ¿puede alguien sentir tanta impotencia?

Estaba quieta, ya no sollozaba, y al rozar mi mano en su hombro, la abracé con dulzura, ella solo pude acurrucarse en mis brazos y echarse a llorar como una niña.

—Lo siento tanto… No te merezco, ni a ti, ni a las niñas ni a nadie… ¿Cómo puedes estar conmigo después de todo lo que he hecho? ¡Soy un monstruo!

Me miró, y vi un vacío tan grande que temí caer en él. Me arrastró con su dolor, y aún así, no pude más que atraerla hacia mí.

—Shh, calla. No eres un monstruo.

Ella parecía desesperada cuando preguntó:

— ¿Pero porqué sigues conmigo, Melchor?

—Porque te amo, y porque prometí estar contigo, en lo bueno y en lo malo.

— ¿Porqué te sometiste a esta maldición? ¿Por qué sigues conmigo aún sabiendo que no te quiero?

—Porque en su día tú me aceptaste, porque sé que, aunque sea un poco, puedo hacerte feliz.

Cora me devolvió una sonrisa amarga.

—Sí… para que yo lo arrase todo de un soplo.

—Calla, jamás serás feliz si sigues pensando así.

La levanté con algo de dificultad y le acosté en su cama, mientras me miraba con miedo a ser abandonada por milésima vez, con miedo de sí misma, y odiándose más que nadie en esta vida.

—No hace falta que lo piense, los hechos hablan por sí solos.

Puse mi mano en su frente, y le pedí que descansara, le limpié la cara con una toalla, y ella cogió mi mano con tanta fuerza que me hizo daño, la vi llorar una vez más antes de que se atragantara con sus lágrimas, y en su mirada, un abismo inmenso de dolor podía verse en lo más hondo.

—Sé que soy egoísta, pero por favor… nunca me abandones.

Le di un beso en la frente, y en un susurro dije:

—Jamás lo voy a hacer.

Y me devolvió otra sonrisa triste, cerró sus ojos y se dejó llevar, suspiré, y sentí que mi corazón se encogía, porque en esos momentos sabía que por mucho que lo intentara, ya habían pasado demasiados años intentando cumplir mi promesa sin conseguirlo. Y en ese instante entró Clair, aún podía ver el rastro de lágrimas en sus mejillas, aún iba llena de barro cuando se acercó a mí.

— ¿Está bien?

Suspiré y asentí mientras Clair me cogía la mano y se arrodillaba a mi lado. Puso su cabeza en mi regazo y lloró un buen rato. Le acaricié la cabeza y se tranquilizó. Pero por dentro, mi corazón se rompió un poco más. Puesto que, al final, todos éramos víctimas de algo mucho más grande, y me frustré al pensar que no era capaz de salir de esa espiral que nos arrastraba sin remedio en un pozo sin salida, en una rueda que nunca acababa, y que la regla era el sufrimiento constante. Sentí como si una enorme piedra me machacara el corazón al ver a mis pequeñas siendo arrastradas por un pasado que nos les incumbía, por una guerra que ellas no habían empezado, y de la que no fui capaz de protegerlas. Y allí estaba ella, tan dulce, tan bonita, era un milagro que fuera tan buena, tan profunda, tan sincera. Y es que todos mis sueños estaban en ella, todo lo deposité en mi sobrina, en mi pequeña Mel, porque si ella lograra ser feliz, si al menos ella cogiera el buen camino, si al menos a ella y a mi pequeña Helena podía darles una buena vida… entonces todo habría valido la pena.

— ¿Qué ha pasado, tío?

Dijo Clair aún asustada. Suspiré, habían pasado demasiadas cosas.

—Mi querida Mel… ¿Te he dicho alguna vez que tu tía tuvo una vida muy difícil?

Clair asintió mientras observaba el cuerpo dormido de su tía.

—Lo sé, yo… sólo quería cambiarme de ropa, y sin querer he tirado la ropa encima de un dibujo, cuando la tía lo ha visto se ha puesto… ya sabes cómo. Pero ha sido sin querer…

Volví a acariciar su cabello.

—Lo sé, preciosa. Tu tía necesita tomar unas pastillas para poder estar bien, no se las debe haber tomado, y bueno, ese dibujo era importante para ella.

Clair alzó su cabeza y miró a su padrino con curiosidad.

— ¿Por qué era tan importante? Era un retrato de ella.

—Así es. Pero no es por eso que le tenía en tanta estima, a este dibujo.

— ¿Entonces?

Sonreí amargamente.

—Porque se lo hizo su verdadero amor.

Clair me devolvió una sonrisa dulce y volvió a apoyar su cabeza en mi regazo.

—Entonces se lo dibujaste tú.

—Algo así.

—Me siento tan mal…

Aquello aún me dolió más. Después de todo lo que había vivido Clair, y a pesar de su relación su tía, Clair la seguía amando, aunque no tanto como Cora a Clair. Era algo demasiado difícil de explicar, puesto que, eran dos caras de una misma moneda.

—No te sientas mal, cielo, voy a hacerle otro retrato.

Clair asintió.

—Te quiero, tío.

Sonreí.

—Y yo a ti, mi preciosa Mel.
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MensajeTema: Re: Una canción de verano.   Una canción de verano. Icon_minitimeSáb Mayo 24, 2014 5:20 am

Capítulo 5: Rumores.

Roger:

Me dolía. Contemplarla me dolía.

Su mirada escondía un mar de tristeza, vagaba en pena por los pasillos, y en clase se sumía en un sueño sin sueño. Estaba perdida, y no sabía cómo encontrarse. Sin embargo, aunque apenas me conocía me devolvía el saludo, me sonreía, me dirigía palabras bonitas. Y es que su voz era tan suave y femenina que por las noches no podía dejar de pensar en ella. Y sus ojos, de un verde azulado, eran como reflejarse en las aguas cristalinas en una playa tropical.

La observaba de lejos, era alegre, divertida, simpática y agradable, y al ser tan guapa, todo el mundo la adoraba. Destacaba por su nobleza, y más que ser popular por su físico, lo era por su carácter, puesto que dentro de ese cuerpo frágil y pálido se escondía un torrente de frescura y espontaneidad que hacía sacar la sonrisa de cualquiera. Era bromista, divertida y sencilla, y aquello le daba una feminidad de la que muchas carecían. Sin embargo, lo que más gustaba de ella era su risa, tan fresca y suave como los pájaros en primavera. Sus amigos, y los que no lo éramos, la adoraban al instante de conocerla.

Compartía una optativa de arte conmigo. Y era muy buena dibujando. Cuando terminábamos la clase siempre era la última, y yo me quedaba para salir con ella a la vez, bueno, más bien para estar solos, aunque sólo fuera para recoger en silencio. Sin embargo, la primera vez que me habló sentí la mayor vergüenza de mi vida. Había hecho un  dibujo de ella, y cuando salí de clase, a los pocos minutos vino ella corriendo a mi encuentro, me parecía estar soñando.

— ¡Perdona! Casi no te encuentro.

Dijo ella con la respiración entrecortada, y es que no hacía buena cara.

— ¿Estás bien?

Asintió mientras me entregaba la hoja con mi dibujo.

—Se te ha caído esto cuando te ibas.

Al cogerlo, sentí un calor irracional en las orejas, y quise que el mundo me tragara entero. Sin embargo, ella me sonrió directamente, ¿cómo puedo decir que fue uno de los momentos más felices de mi vida? Después de tantos años contemplándola a lo lejos, al fin me sonreía, sólo para mí.

—Gra-gracias.

Dije escondiendo el dibujo de nuevo.

—Tu nombre es Roger, ¿verdad?

Asentí frenéticamente, quería desaparecer de su vista cuando ella volvió a reír suavemente. Sin embargo, me sorprendió que supiera mi nombre.

—Dibujas muy bien.

Le devolví una sonrisa torcida.

—Gracias de nuevo. ¿Cómo sabes mi nombre?

Dije con timidez.

— ¿Cómo no iba a saber el nombre de quien me dibuja?

Sentí que el color de mi cara iba en aumento. Ella volvió a reírse con ganas y sentí que el corazón saltaba con sus risas.

—Era una broma. No sé tu nombre porque me hayas dibujado, sino porque siempre me despiertas cuando me quedo dormida en clase.

Me pasé una mano por detrás de la nuca.

—Ah, si… bueno, no es nada.

Me miró con esos ojos de un verde azulado, y me quedé perdido en ellos.

—Así que ahora soy yo la que te da las gracias. Por preocuparte por mí todo este tiempo.

Sabía que no sólo me lo decía por eso, sino porque a menudo, mientras dormía en clase, su nariz sangraba, y preocupado, le prestaba un pañuelo para que se limpiara. Intuí que estaba enferma, pero no hice comentario alguno al respecto.

— ¡Mel! ¿Por qué tardas tanto?

Al final del pasillo, el grupo de Arthur estaba esperándola. Ella me volvió a ofrecer una de sus encantadoras sonrisas cuya dentadura era perfecta y blanca, y salió tras ellos después de decirme:

—Nos vemos, Roger.

Vi cómo se juntaba con el creído de Arthur, y con esa pandilla que, a pesar de no conocerla no me gustaba nada. Sabía todos sus nombres; Melchor, con quien todos querían estar, Cora, la hermana menor de Arthur, Sara y ella; Melisa. Mi Melisa.

Habían pasado muchos años desde entonces, y todo por lo que antaño luché, ya no me servía de nada. Mel ya no estaba a mi lado, y sentía morir un poco cada día al no poder oír su risa. ¿Por qué tuvo que irse tan pronto?

Dicen que la vida dura un instante, pero para mí resultaba una eternidad dolorosa. Me serví otro vaso de Wisky sin importar que fueran las diez de la mañana.

—Melisa…

Susurré observando su foto en mi mesa del estudio. Tantos años luchando… tan manchadas mis manos… y sólo para que no pudiera compartir mi miserable vida con ella. Sin ella todo carecía de sentido, las horas pasaban sin pasar, todo carecía de su aroma, su risa, su mirada, su cabello dorado y brillante… Y a pesar de ello, me forcé por recordar su olor, su imagen y su vitalidad iban desapareciendo de mi recuerdo cada día, y aquello era el peor castigo para mí. Me sentía engañado, y la impotencia era tan grande como el universo. Quise llorar, pero estaba tan cansado de hacerlo que no pude más que suspirar.

Ella siempre fue el motivo de mi alegría, pero también de mi constante sufrimiento. Tuve que soportar ver cómo corría a los brazos de ese tal Arthur, que, por ende, era hijo de padres toxicómanos, o eso era lo que todo el mundo decía. La vi besarse con él  a cada instante, en el pasillo del instituto, en las escaleras, en la puerta de entrada… cómo él le acariciaba, cómo ella no tenía más amor para nadie más que para él. Creo que incluso podía oír el ruido de mi corazón desgarrarse al verlos.

Sin embargo, las clases de pintura nos unieron un poco, y las charlas después de clase se convirtieron en horas. Fue haciéndose más cercana, caminábamos juntos casi todos los días de vuelta a casa. Ella ya estaba enamorada de otro, pero la esperanza nunca retrocedió en mi interior, y es que, la quería tanto, la deseaba tanto, que la hubiera esperado toda una vida. Sus sangrados por la nariz cada día eran más frecuentes, y estaba más pálida. Sus compañías no me gustaban nada, así que un día, decidí ir a casa de ese tal Arthur Leblanc, uno de los chicos más populares del instituto, y espiar a su familia. Algo inofensivo, solo para saber si los rumores eran verdad. Y porque por ella lo hubiera hecho todo. Absolutamente todo.

La familia Leblanc vivía a las afueras de Montepino, en una pequeña casa de madera en lo alto de una pequeña pendiente,  apenas tenían vecinos. En un momento dado, tuve que desviarme del camino de piedra y seguir por el bosque en medio de un camino de tierra para llegar a su casa, rodeada de pinos y bosque.

Al llegar todo estaba en silencio, y su casa parecía más bien una pocilga. Tenían gallinas, cabras y cerdos rodeando la casa, y dos perros enormes que la vigilaban. Había ropa tendida a fuera de mala manera, una lavadora vieja y estropeada podía verse en el patio delantero, todo estaba lleno de barro y la puerta principal pendía de un hilo, torcida y mal cerrada. ¿Cómo podían vivir en esas condiciones?

Mi corazón saltó y me puse nervioso. Me convencí de que sólo sería unos minutos, y quizás no habría nadie ante el silencio que había.

Me di cuenta de que los perros estaban atados, así que me di el valor necesario para traspasar la reja que delimitaba el terreno de los animales y me acerqué sigilosamente hasta la ventana más cercana. Y al asomarme, vi una cocina llena de platos sucios, comida por todas partes y moscas a su alrededor, al menos no podía oler el tufo que debía hacer aquello. Sin embargo no vi a nadie.

En ese momento, un grito agudo me heló la sangre y salté del susto. Oí golpes en la planta de arriba y alguien que entre gritos, profesaba una larga lista de insultos.

—¡¡He dicho que me sueltes!!

Las voces cada vez eran más cercanas hasta que vi a una chica joven entrar en la cocina, estaba retrocediendo, vi entrar a un hombre desaliñado, con el pelo largo y sucio, en calzoncillos y musculoso. Sus ojos rojos parecían querer arrasar lo que encontrara. La chica corrió a la encimera y cogió un cuchillo, lo amenazó, pero éste se abalanzó a ella sin remordimientos y vi cómo el cristal de la ventana se ensuciaba con gotas de sangre. Caí de espaldas al barro, y grité del espanto, no sabía qué había pasado porque el cristal había quedado manchado, sin embargo no me hizo falta ver más. Los perros empezaron a ladrar, mi corazón parecía a punto de estallar. Me levanté con esfuerzo y justo cuando cruzaba la verja para salir de allí, choqué con alguien y caí al suelo con la cabeza molida. Al darme cuenta, me di cuenta de que delante de mí tenía a la misma chica que había visto por la ventana: era Cora, con moratones en los brazos, despeinada y sangre en su cuello. Se me quitó la respiración. Parecía un fantasma sacado de la peor película de terror. Sin embargo, en sus ojos pude ver más miedo que en los míos.

— ¡Vete de aquí!

Gritó ella mientras me empujaba para que me fuera, yo, aún traumatizado por aquella escena que acababa de vivir, no dije nada y salí corriendo de allí. Corrí sin detenerme y me paré entre los matorrales del bosque para respirar, estaba tan nervioso que las manos me temblaban y no sabía si soñaba o estaba pasando de verdad. En aquél momento volví a oír gritos, y entre la espesura, pude ver cómo aquél hombre golpeaba a Cora en la barriga y la tiraba al suelo como si se tratara de un perro.

—Perra desgraciada…

No sé ni cómo lo hice, y apenas lo recuerdo por que los nervios me jugaron una mala pasada. Sólo recuerdo haber encontrado junto a mis pies una botella de cristal de cerveza vacía. No sé ni cómo llegué allí, sólo recuerdo el cuerpo de Cora retorciéndose mientras su padre la arrastraba de nuevo hacia el interior cuando me planté detrás de él y le golpeé la cabeza dejándolo inconsciente al suelo. La chica se quedó estupefacta, y yo temblaba de pies a cabeza cuando vimos, a lo lejos, salir una mujer de la casa y correr hacia nuestra dirección. Cogí la mano de Cora y salimos corriendo de allí sin detenernos tanto tiempo que, al llegar al río caímos al suelo respirando con rapidez.

Todo aquello me parecía demasiado irreal. Maldije el instante en que decidí ir a su casa, ahora me encontraba con el pecho a mil revoluciones por hora y un trauma para toda la vida. Cuando me serené, me volteé y vi a la chica en la orilla del río limpiándose las heridas. Llevaba un vestido holgado de verano, y su cabello rizado le caía hasta el final de la espalda. La verdad fue que nunca me había fijado en lo hermosa que era Cora, ni tampoco en lo desgraciada que era su vida. Parecía un cervatillo que huye a la primera de cambio, era tan menuda y delgada que sentí lástima. Sobre todo al ver los moratones que se dejaban ver en sus brazos. Entonces entendí que la realidad superaba los rumores del pueblo.
Me miró de reojo, y no dijo nada, así era como todos la describían: una chica callada y arisca. Me acerqué a ella y limpié mis manos llenas de tierra, el frío del agua me devolvió algo de sobriedad.

—Estás temblando.

Dijo Cora mirando mis manos. Y así era, aunque por otra parte, para mí era lo más normal del mundo, sobre todo después de vivir una experiencia como aquella.

—No vivo escenas como ésta a diario.

Dije con una sonrisa torcida, ella no dijo nada, sólo siguió limpiándose la cara cuando me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo.

—Lo siento, Cora. No pretendía ofenderte.

Un silencio incómodo nos rodeó, hasta que Cora se secó las manos con la falda de su vestido y mirándome con los ojos entrecerrados dijo:

—No importa. No me has ofendido.

Y se sentó  en la hierba mientras dejaba que el sol la secase. Suspiré resignado y me senté a unos metros de ella.
—Aunque no sé a qué has venido, la verdad. O quizás sí.

— ¿Y a qué crees que he venido?

Pregunté, curioso. Ella volvió a mirarme, esta vez a los ojos, y sentí que me agujereaba el corazón, jamás nadie me había mirado de esa manera, parecían los ojos de un animal amenazado. Aún recuerdo sus labios hinchados y sus heridas cuando dijo:

—Has venido a ver si los rumores son verdad.

Por segunda vez durante aquél día, sentí que la vergüenza se adueñaba de mi cara. Me quedé mudo, aunque mi cara me delatara. Ella suspiró y volvió a fijar su mirada en un punto perdido del cielo.

—También se dicen muchas cosas de ti, Roger Éliamber.

Me estremecí cuando su voz pronunció mi nombre, lleno de amargura. Hizo una sonrisa que no supe interpretar, aunque puedo decir que no fue agradable.

— ¿Y qué se dice de mí?

La chica parecía gustarle ese juego, y reposando sus brazos sobre sus piernas, dijo:

—Que eres hijo de una familia muy rica. Paso por tu casa todos los días para coger el autobús. La verdad es que es una casa enorme, aunque no me da ninguna envidia.

— ¿Ni siquiera envidias mi piscina?

La chica apoyó la cabeza sobre sus rodillas y se esforzó para no reír, pues sus labios aún estaban hinchados, y aquello debía doler.

— ¿Cómo puedo envidiar tu piscina si al lado de mi casa tengo un río entero para mí? Sin contar con el lago…
Me reí de su respuesta.

—Tienes razón, ¿algo así se puede comparar?

Ella siguió mirándome cuando, casi en un susurro, dijo de manera despreocupada.

—También se dice que tu familia está llena de abogados, y que tu padre quiere que estudies la carrera de política.

Doblé mis rodillas y las rodeé con mis brazos, mientras asentía desviando su mirada. Ella se rió y cogió mi mochila antes de que lo pudiera evitar. Curioseó unos instantes antes de sacar mi carpeta de dibujos.

— ¿Acaso no sabes que esto es violar la intimidad de otra persona?

Ella me miró divertida, parecía disfrutar de aquél momento cuando abrió la carpeta y empezó a mirar todos mis dibujos. Suspiré, suspiró.

—Oh, pero está claro que tú no quieres hacer la carrera que tanto admira tu padre.

— ¿Otro rumor o lo has adivinado con tu brillante mente? Eso es trampa.

—Las tres cosas.

Dijo ella, y ambos rompimos a reír.

—No sabía que dibujaras tan bien. Ojalá yo dibujara igual.

—No es tan difícil, si quieres te puedo enseñar.

Ella me miró un segundo y me sonrió antes de apartar la mirada.

—Al menos sabría hacer algo bien, y quizás entonces alguien me admiraría.

—Bueno, realmente, saber dibujar es un gran método para ligar.

Pero ella no pareció escucharme cuando cogió uno de mis dibujos y me lo tendió.

— ¿Melisa? ¿Has dibujado a Melisa?

Suspiré y le arrebaté el dibujo mientras soltaba:

—Hoy no es mi día de suerte.

Ella pareció divertida con aquello cuando dijo:

—Así que te gusta Melisa, ¿eh?

Odiaba aquello, y no dije nada. Ella volvió a ponerse seria de repente.

—Lo siento, pero sale con mi hermano, y lo sabes.

— ¿Y?

Cora se retiró el cabello de su cara cuando dijo con demasiada seguridad.

—Pues que están juntos, están enamorados, y creo que va para largo. Sería mejor que te buscaras a otra, no sufrirás tanto.

—Cora, si por un segundo fuera capaz de ayudar a mi corazón a olvidarse de ella, lo haría. Pero no puedo, no sé cómo, pero la quiero, y no pretendo dejar de quererla, no hoy, ni mañana.

Cora me escuchó con atención cuando suspirando, dijo:

—Ojalá alguien me amara de esa manera. De todos modos eres joven, tienes mucho tiempo para cansarte y ver a otras.

— ¿Tanto odias a Melisa? ¡Si vas con ella a todas partes! Siempre os veo a todos juntos; Melchor, Melisa, tu hermano, tú…

—Que Melisa esté dentro de este grupo no significa que me caiga bien.

No entendí nada, era la primera vez que alguien odiaba a Mel. Sin embargo, Cora suspiró y tiró una piedra al río.

—Verás, sé que Melisa es una buena chica, de verdad lo sé. Si tengo algún don, es el de captar las intenciones de la gente a lo lejos. Las huelo. Y en verdad, des de que mi hermano sale con ella lo veo muy feliz. Hace muchos años que Arthur está enamorado de esa chica, por esa parte me alegro mucho por él. Quiero que sea feliz.

—Hay un “pero”, ¿verdad?

Dije tumbándome en la hierba. Ella asintió.

—Yo soy la que paga los platos sucios de todos. Ahora que está con ella, los golpes han aumentado. Aunque dudo siquiera de que nadie se haya fijado.

Me incorporé y la miré con silencio.

— ¿De qué estás hablando?

Cora me miró seria, aunque en su mirada la vi en otra parte, lejos de aquí.

—Tú no sabes nada de mí, Roger Éliamber.

— ¿Y por qué no empiezas hoy?

Su mirada era tan dura y cortante que tuve miedo de desviarla.

— ¿Por qué debería hacerlo? Tú no quieres conocerme, sólo quieres saber si los rumores son ciertos para corroborar tus hipótesis sobre mi familia, y tener una razón más para algún día remoto, convencer a Mel de que deje a mi hermano.

Aquello había dado en el clavo, y me sentí tan miserable que me dolió en el pecho. Desvié su mirada y la fijé en la otra orilla del río. No dije nada. Ella dejó escapar una risa llena de dolor, casi como un suspiro, y tirando otra piedra al río dijo:

—Quien calla otorga.

El silencio nos rodeó a los dos, era incómodo y frío, y cuando estaba a punto de levantarme, dispuesto a irme y olvidar todo aquello, Cora volvió a hablar.

—Me pega desde que tengo uso de razón. Mi padre es un desgraciado. Y mi madre también. Son tan incompetentes… tanto como padres como personas. Juro que si pudiera dejar de odiarlos lo habría hecho hace mucho tiempo, pero no puedo, y me descubro a mí misma planeando mil formas de matarlos. Es macabro, lo sé, pero es así.

Me quedé mirándola por encima del hombro, el sol ya se ponía entre los árboles y a penas veía su silueta cuando se acercó y se sentó a mi lado, con los pies en el agua, y vi sus piernas llenas de morados y cicatrices que nunca volverían a cicatrizar.

—Mi hermano es el único de todos ellos que me ha cuidado. De niña tenía que darme el biberón y cambiarme el pañal porque mis padres nunca estaban en casa, y cuando estaban iban tan colocados que ni siquiera podían ponerse en pie.

Lo contó con tanta naturalidad que por un segundo pensé que estaba mintiendo, pero me miró a los ojos un segundo, y allí no había ni rastro de mentira, más bien parecía inundarla recuerdos que le dolían en lo más profundo.

—Vinimos de Francia cuando yo apenas era un bebé, la verdad es que no me acuerdo. No conozco a mis abuelos, si es que los tengo, porque todos están en Francia, de hecho creo que no quieren saber nada de nosotros. Nadie debería sentirse orgulloso de que su hermano robara, pero me siento orgullosa, porque gracias a él puedo vestirme y comer. Sí, ha robado muchas veces, yo también, pero si no fuera así iríamos desnudos, y habríamos muerto de inanición años atrás. Él me ha defendido siempre que se han metido conmigo.

Hizo una pausa, y me pregunté por qué me estaba contando todo aquello.

—Recuerdo que cuando era una niña me encantaba escarbar en la tierra. No me importaba que los profesores me castigaran o me gritaran, seguí haciéndolo años más tarde.

—Lo sé, te vi algunas veces escarbar la tierra en el patio del colegio.

—Sí, y supongo que te acuerdas de todos los motes que me pusieron.

Asentí.

—Pero también me acuerdo de ver cómo mi padre caía en uno de tus agujeros. Si lo hubieras visto… me reí durante un buen tiempo.

Cora me miró sin entender nada.

—Imagínate a un hombre con traje, con una americana, sus zapatos de piel, su maletín y el pelo engominado hacia atrás. Mi padre siempre ha sido el centro de miradas por llevar su traje y su maletín, además, por el simple hecho de ser abogado en un pueblo tan pequeño es como ser el Papa en Italia. Iba caminando tan seguro de sí mismo, con ese aire de superioridad…
Imité su pose y puse la espalda recta mientras movía los brazos y miraba a Cora por encima del hombro.

— Y de pronto, ¡plaf! Tropezó con tu agujero, cayó al suelo y su zapato voló por los aires, lleno de tierra que le costó quitar. Fue maravilloso.

Ambos nos reímos con gusto.

—No los hacía para que la gente cayera, como mucho piensan. Sino para construir un lugar donde esconderme con mi hermano.

No contesté. Ella movía los pies dentro del agua cuando dijo:

—Cuando mi padre o mi madre iban muy colocados y tenían uno de sus ataques, mi hermano siempre me decía que huyera y encontrara un lugar donde escondernos. Se dejaba coger para que a mí me diera tiempo de escapar. De pequeña pensaba que si hacía un agujero lo suficientemente grande para los dos y los tapábamos con ramas, nadie nos encontraría, y las palizas se habrían acabado.

— ¿Y porqué dejaste de escarbar?

Cora sonrió amargamente.

—Por que descubrí que el mejor escondite no es un agujero. O quizás porque finalmente me resigné.

Cora miraba a lo lejos, entre las sombras de la maleza que se habían creado tras esconderse el sol, y a pesar de tener frío y no ver nada, pregunté:

— ¿Porqué no llamáis a los servicios sociales?

—Porque vivir en un orfanato es todavía peor. Estuve dos meses en uno, y fue peor el remedio que la enfermedad.

— ¿A qué te refieres?

—A que tenía que ver con mis propios ojos cómo nuestros cuidadores, los cuales cada semana cambiaban, pegaban a los bebés para forzarlos a comer, o pisaban los pies de los niños para que se pusieran calcetines, o cómo aquello era la ley del más fuerte, y unos se pegaban entre otro y los cuidadores lo veían mientas miraban una película y no hacían nada al respecto.

Cora volvió a mirarme directamente a los ojos, algo que me asustó, hasta que comprendí el miedo que vi en ellos.

—Roger, vivir en un orfanato es vivir en el más absoluto desamparo.

— ¿Y cómo saliste de allí?

Cora suspiró.

—Mi madre. Cuando los servicios sociales nos llevaron al orfanato, mi madre reunió todas las fuerzas que ha tenido en su miserable vida y se esforzó para no colocarse durante unos meses. Tuvo que hacer muchas entrevistas con los trabajadores sociales, y pidió a mi padre que colaborara. Así lo hizo, la casa estaba tan limpia cuando llegamos a casa que me pareció un sueño. Mi madre nos hizo un batido de fresa cuando llegamos, pero todo volvió a sus andadas al cabo de una semana. Y a pesar de que los odie, prefiero esto a estar en un orfanato. Te lo aseguro. Aunque sepa que estas cicatrices queden de por vida en mi piel, y aunque sepa que nadie va a verme jamás bonita.

Cora suspiró por milésima vez.

—Así que, dime Roger, ¿son estos los rumores sobre mí que corren en el pueblo?

—Nada que ver.

Dije tirando una piedra en el río.

La contemplé un segundo, hasta que al final, dije de manera espontánea y casi sin pensarlo:

—Eres bonita, Cora.

Ésta volteó su cabeza y me miró un largo rato, hasta que se echó a reír y me golpeó el hombro, lo cual por poco me tiró al río.

—Eres un mentiroso. No vas a ganarte mi simpatía así, engatusándome, para que te acerque a tu querida Melisa.

La miré, aunque apenas podía ver nada en la oscuridad, cuando dije:

—Te lo digo muy en serio.

Y fue entonces cuando, a pesar de la oscuridad, pude ver con la poca luz que quedaba, sus mejillas rojas como fresas. Quien dijera lo contrario mentiría. Se hizo un silencio y por primera vez, vi a una Cora tranquila, sin su muro de defensa, y aún me pareció más guapa.

—Aunque pensándolo bien, con estas pintas pareces una gitana con todas las de la ley.

—Y tú un idiota mimado de papá.

Dijo mientras intentaba empujarme para tirarme al río. Ambos nos reímos cuando le cogí la muñeca y le dije:

—Si quieres puedo dibujarte, y verás cómo te veo. Te darás cuenta de cómo te ven los demás.

Vi en sus ojos un brillo especial, no sabía si iba a llorar cuando apartó su mano de golpe y poniéndose en pie dijo:

—Trato hecho. Ahora debo irme, no quiero que mis padres tengan otra excusa para golpearme.

Aquello me dolió.

—Deberías aprender algunas técnicas de defensa.

—Me las sé todas.

Dijo Cora mientras recogía sus zapatos, me guiñaba un ojo y desaparecía entre los matorrales. Ni siquiera me dio tiempo a pedirle que le acompañara a su casa, aunque en el fondo no me hiciera ninguna gracia. Y mientras la observaba alejarse, pensé en que aquella tarde había descubierto una Cora muy diferente a los rumores que volaban por el pueblo. Y tuve la certeza de que éstos, a veces, podían hacer más daño que una paliza. Aquella tarde me di cuenta de que los rumores siempre juegan con la mentira y la verdad.
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